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jueves, 7 de diciembre de 2017

Justicia Retórica y Justicia Probatoria.

Segundo Florencio Jara Peña.

Un amigo aficionado a la pelea de gallos me había invitado a un reto entre dos criadores de estos hermosos animales en la campiña iqueña. En su argot gallístico le denominaban una “chuscada”, tal vez para diferenciarla de las peleas oficiales de campeonato. Pero en realidad no se trataba de ninguna chuscada, eran ejemplares finos y aguerridos, de las más variadas razas, que aquella tarde se enfrentaron en un duelo a muerte. Se alzó con la victoria el anfitrión ganando cuatro de los siete enfrentamientos.
De regreso a la ciudad mi amigo, que había sido derrotado en el coliseo, comentaba que había sido un honor tener de juez de las peleas a uno de los más grandes criadores de gallos del Perú, no tuvo reparos en llamarlo “el científico de los gallos”. El juez –discursó- es la autoridad máxima en el ruedo desde el inicio hasta la culminación de las peleas. Sus fallos, dictados conforme a un reglamento, tienen carácter obligatorio y por lo tanto son indiscutibles e inapelables, en ningún caso dejará de dictar sentencia. Imagínese –me dijo- que los casos no contemplados en el reglamento serán resueltos por el juez en el mismo momento de producirse, aplicando elementales principios de equidad y justicia. Igual que el Juez Carhuancho –remató-.
Mientras mi amigo se rendía al sueño, producto de la comilona y el vino, yo me dejaba llevar por el sopor tratando de hallar alguna relación entre el juez de los gallos y el juez más mediático del momento, mientras en la radio, extraña coincidencia, repetían lo que habría afirmado nuestro juez de investigación preparatoria “Soy de las personas que creen más en la justicia probatoria que la justicia retórica; es decir, creo yo que se le debe dar la razón no tanto a quien habla mejor sino a quien tenga detrás de si el respaldo de las pruebas”.
Con los ojos entrecerrados hurgué en los archivos de mi memoria y parecía que nunca había leído algo como justicia retórica o justicia probatoria. De la retórica lo poco que sabía era que Aristóteles había dicho que es el arte de buscar en cualquier situación los medios de persuasión disponibles. Mas actualmente, el arte del buen decir o la técnica de expresarse de la manera adecuada para lograr la persuasión del destinatario. Arte de la argumentación, más que arte de la ornamentación o la charlatanería. Pero acerca de la “justicia probatoria”, así con nombre y apellido, nada. En un proceso penal, cuando el imputado niega el hecho o cuestiona pasajes del mismo, corresponde al Juez determinarlo a partir de la valoración de las “pruebas” actuadas en el proceso. Para emitir una condena, lo más próximo a lo justo, el Juez se vale de pruebas, de modo que lo más correcto es afirmar que las pruebas serán las que sustente una condena o una absolución y no la mera arbitrariedad de aquél. Las pruebas jamás pueden estar desligadas del proceso penal, no existirían las unas sin el otro. Entonces decir “justicia probatoria” es una tautología, como afirmar “salir afuera” lo es. Tal vez el buen juez, al que ya lo están postulando como el personaje del año, haya querido decir que sus decisiones se sustentan en las pruebas antes que en el buen decir.
Arrebujado en el cómodo asiento caí en la cuenta que, si no son todos, la gran mayoría de los jueces piensan igual que nuestro juez, incluso con el sistema acusatorio del nuevo Código Procesal Penal: que el buen decir, el discurso técnico y persuasivo, si no se sustenta en pruebas, no va con ellos. Es cierto, las técnicas de litigación oral sólo funcionan en el sistema de los jurados, por la sencilla razón de que los jueces, acá en Perú, deciden acerca del juicio de hecho y el juicio de derecho, a diferencia del sistema norteamericano en que doce profanos en derecho deciden sobre el juicio de hecho. Se me vino a la memoria una escena de la película “El Abogado del Diablo”. Kevin Lomax (interpretado por Keanu Reeves) es un abogado que va cobrando fama en un pequeño pueblo norteamericano y está en la mira de John Milton (Satanás, encarnado por Al Pacino) para hacerlo miembro de la firma. En una escena de la película Lomax contrainterroga a una niña víctima de tocamientos obscenos. Sabe Lomax que la niña ha sido ultrajada, que su cliente es un pedófilo, pero eso no le interesa, su finalidad es poner en aprietos a la pequeña, frente al jurado, y desacreditar su versión. Es un experto en litigación oral, es despiadado al contrainterrogar y culmina con un persuasivo y bien elucubrado discurso final. Lomax logra su cometido y el jurado, al fallar sobre los hechos, declara inocente a su cliente. Si trasladamos esta escena ante nuestro juez o ante cualquier juez penal nacional, que debe fallar sobre los hechos y el derecho, seguro que pedirá aclaraciones a la niña luego del riguroso contrainterrogatorio efectuado por un Lomax local, cosa que no pueden hacer los miembros del jurado; incluso si la última versión de la víctima es exculpatoria podrá valerse de la versión incriminatoria anterior, así esté plasmado en un papel o registrado en un video, cosa que tampoco pueden hacerlo los miembros de un jurado, y dictará una sentencia condenatoria, sustentada en pruebas y no en el bonito discurso del abogado del diablo. Y aún hay despistados –o tal vez avivatos- que siguen vendiendo, como la panacea para el proceso penal peruano, pasantías para “especializarse” en técnicas de litigación oral.  

Cuando me despedía del gallero pensé que tal vez, solo tal vez, a eso se haya referido el juez candidato a personaje del año cuando habría dicho que cree más en la justicia probatoria que en la justicia retórica.  


Créditos: la imagen ha sido tomada de acá.

lunes, 31 de julio de 2017

Héroes, los de ahora.

Segundo Florencio Jara Peña.

Por motivos académicos frecuentemente realizo viajes a Lima. Entre mi centro de estudios y la residencia donde me alojo por esos días atravieso, ineludiblemente, la avenida Brasil. Si de por sí el tráfico es endiablado en Lima, en el mes de julio el tráfico se pone más pesado en esta avenida; es que en las vías auxiliares se vienen levantando unas estructuras metálicas, a manera de tribunas portables, que albergarán a las miles de personas que se congregarán para presenciar la gran parada militar: la parte más vistosa y culminante de nuestras festividades por la independencia nacional. Es la fecha más propicia para recordar a nuestros héroes y aflorar nuestros sentimientos patrióticos.
No soy de las personas que gusten de este espectáculo militar, pero confieso que muchas veces he sido presa de un sentimiento inefable que hormigueaba mi pecho y que inconteniblemente pugnaban por salir condensados en goterones por mis ojos, pese a mi inútil resistencia, cuando he visto marchar gallardamente, mal trajeados, incluso en ojotitas, a muchos niñitos de la sierra alto andina, en honor a la Patria y a nuestros héroes de batallas perdidas, al compás de un huaynito cusqueño ya alambicado en una marcha militar. No sé si trataba de una cursilería mía o de un simple y puro sentimiento patriótico.
Recuerdo que años atrás un Ministro de Educación intentó erradicar, no sé si para bien o para mal, este tipo de “expresiones patrióticas” para reemplazarlas por pasacalles folclóricas. La iniciativa fracasó, julio seguirá siendo el mes de los acordes marciales en Lima como en la lejana Pampacorral, ese puntito de la sierra profunda que ni aparece en los mapas oficiales.
José Ingenieros, el médico italiano nacionalizado  argentino, al diseccionar la sociedad de su tiempo en su clásico El Hombre Mediocre (1913), autopsia social que no ha perdido vigencia, encumbraba, como los virtuosos sociales a seguir, al héroe, al genio y al santo. Definía al héroe como aquella persona que vive o muere por un ideal fecundo para el común engrandecimiento. Esta definición ha quedado corta hoy en día.
Tal vez la intención de aquel Ministro haya sido que se destierre aquella falsa creencia de que únicamente los militares pueden ser héroes. Tal vez. O tal vez porque nuestras experiencias bélicas nos llevaron al carajo a partir de nuestra era republicana y que, como dice Herbert Morote en su libro Réquiem por Perú mi Patria, “estamos llenos de monumentos a militares que perdieron guerras y no de civiles que intentaron mejorar el bienestar de la nación”. Bueno lo cierto es que no solamente las guerras nos deparan héroes y cabe preguntarse –una vez más con Morote- si “¿es más patriota el general que en su vida ha defendido al país de los fantasmas extranjeros que él mismo ha creado, o el vendedor ambulante que para ganarse un magro ingreso tiene que correr de un lado al otro todo el santo día? En todo caso serán igualmente acreedores a invocar un sentimiento patriótico, pero jamás el general tendrá más derecho para hacer lo que le salga de sus forros en nombre de la Patria que el vendedor ambulante”.(Réquiem por Perú Mi Patria, p. 58).
No es mi intención hacer escarnio del cuerpo militar, no por supuesto que no, y menos en esta fecha, convengo que si hemos perdido batallas o guerras no ha sido por falta de valor de nuestros soldados, sino debido a la mediocridad y falta de honradez de los jefes y gobernantes, si no recordemos la vergonzosa huida de Prado, Presidente del Perú, en plena guerra con Chile.
Pues bien, no solo las guerras militares pueden generar héroes,  el día a día tiene sus héroes, ya Víctor Hugo recitaba: “se hacen muchas acciones en las grandes luchas, hay muchas intrepideces obstinadas e ignoradas que se defienden palmo a palmo en la sombra contra la invasión fatal de las necesidades. Noble y misterio triunfo que ninguna mirada ve, que ninguna fama paga, que ninguna fanfarria saluda. La vida, la desgracia, la soledad, el abandono, la pobreza son campos de batalla que tienen sus héroes; héroes oscuros algunas veces más grandes que los ilustres”.
Esos chiquillos calapatas que tienen que enfrentarse a todas las adversidades antes detalladas, y en estos meses al inclemente frio de las altas punas, que marchan gallardos y risueños con los rostros quemados, son los héroes a quienes tributo mi saludo en esta fecha.



Créditos.
La imagen ha sido tomada de acá.

miércoles, 22 de marzo de 2017

DE ZURRARSE Y OTRAS EXPRESIONES.

Segundo Florencio Jara Peña.




            ¿Se han preguntado qué quiso decir la conductora de noticias por televisión Magaly Medina cuando, en vivo y en directo y a nivel nacional, dijo que se zurraba en lo que había pasado en Uruguay o en los mundiales de Fútbol, mandando al carajo así la verborrea informativa de su joven compañero?
            Muchas veces utilizamos palabras desconociendo su real significado, simplemente porque creemos que suena bonito o porque el sonido se relaciona con lo que queremos decir (bueno, la representación gráfica de lo que significa cada palabra es un proceso mental que se produce a una velocidad pasmosa en la cabeza del que habla o escribe y no pocas veces coincide con la representación que se hace el destinatario del mensaje). Esto pasa en todos los ámbitos, desde una conversación coloquial hasta la redacción de documentos judiciales, pasando por la difusión de noticias (en la web, escrita, radial o televisiva).
            El español es un idioma muy rico y amplio en matices, sería imposible exigir, a ciudadanos comunes y corrientes como nosotros, el dominio y conocimiento de todas sus reglas, pero hay algunas que no se pueden pasar por alto, sobretodo en determinados ámbitos como la prensa (en que se generan corrientes de opinión), las publicaciones literarias, científicas o jurídicas.
En fin ese es otro tema. Volviendo a lo nuestro, sucede que muchas expresiones o palabras, debido a su constante uso en un determinado contexto, significan lo que el escribidor o hablante se representa y es representado por quienes los leen o los oyen. Creo que esto puede aplicarse a nuestra palabreja: zurrar. En el Google, esa especie de Abraxas moderno, podemos encontrar numerosas páginas, incluso del DRAE, donde se definen esta palabra. Martha Hildebrandt dice “que en el Diccionario de la RealAcademia Española figuran, como usos generales, dos verbos homónimos antiguos:el transitivo zurrar, cuya acepción principal es ‘azotar como castigo’, y elpronominal zurrarse, equivalente de cagarse con el matiz de accidente o con elde temor. En líneas generales, zurrarse y cagarse son términos que pertenecenal ámbito del lenguaje familiar, popular o vulgar. Por eso llama la atenciónque en el Perú zurrarse aparezca en la portada de algún diario importante oengalane la prosa de un culto editorialista”. Entonces en Perú zurrarse significa, en una de sus acepciones, cagarse involuntariamente, accidentalmente o por temor. Ahora bien, cuando la Medina utilizó esta expresión lo hizo seguramente en la segunda acepción, pero no creo que haya querido significar que se cagaba accidentalmente o de miedo, sino que la representación mental que se hizo fue la de expeler, intencionalmente por cierto, todas sus excrecencias en los mundiales y otros eventos deportivos organizados en épocas de crisis económicas. Dicho en otros términos se cagaba en los comentarios de su compañerito de programa. Creo que los televidentes, si no son todos al menos la mayoría, entendieron lo mismo que la periodista se representó. Ese es el significado que le damos, ahora, a la palabra de marras, aún cuando en los diccionarios oficiales signifiquen otras cosas, pues parece que zurrarse suena a eso otro precisamente.  
                  Otra palabra que ha mordido mi curiosidad es convicto. Pero no sé si por las mismas razones anteriores, lo cierto es que me he tropezado, en documentos judiciales, siendo utilizada como sinónimo de confeso. Por ejemplo es un error afirmar que “el procesado se ha declarado convicto y confeso del homicidio”. El convicto es el sentenciado. Se denomina así a quién se ha probado, en un proceso penal, ser el responsable de un delito, aunque no lo haya confesado. Está estrechamente vinculada con convicción, término en torno al cual gira la valoración de las pruebas. El convicto puede ser confeso, pero el confeso no necesariamente puede ser convicto, sobre todo en nuestro sistema procesal penal en que no tiene cabida el aforismo “a confesión de parte relevo de prueba”, pues tanto el artículo 135 del Código de Procedimientos Penales, como el artículo 160 del Código Procesal Penal exigen, para que la confesión tenga eficacia, que se corrobore con otro u otros medios probatorios. Tal vez la confusión obedezca a que convicto suena a confeso.
            Tengo en mente muchísimas curiosidades similares más, pero caigo en la cuenta de que esta crónica está resultando contraproducentemente más extensa de lo previsto. Creo que puede tener cabida una última. En una audiencia en que se discutía una muerte no intencional, uno de los abogados, cuando aludía al accidente, afirmaba que el latrocinio que causó la muerte del padre de su cliente era responsabilidad de su contraparte. Utilizó esta frase, latrocinio, en diecisiete ocasiones. Sumido en el desconcierto revisé y volví a revisar el expediente, de adelante para atrás y de atrás para adelante, y no hallé ningún indicio de que el caso comprendiera un hurto, robo, timo, fraude, dolo, pillaje, rapiña, saqueo, estafa, desfalco, arrebato, saco, pillaje, presa, despojo, que son sinónimos de latrocinio. Probablemente el abogado que, de buena fe, utilizó esta frase lo hizo en la creencia que sonaba bonito o sonaba, en su representación mental, a siniestro, que sí es un término aplicable a un accidente o daño indemnizable.   

            Ica, marzo 22 del año 2017.  

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La imagen ha sido tomada de acá.

viernes, 3 de marzo de 2017

Nostalgia por los libros de antes.


Segundo Florencio Jara Peña.

Para Analina Sánchez Moreno, una de las personas que todavía lee como antes, respetando las reglas de tránsito.




Con ocasión de un evento académico, en el que nos habíamos dado cita una generación que en promedio rayábamos la cincuentena, comentábamos la profusión de vasta bibliografía jurídica que se publica e impera en la actualidad. Alguien calificó esta efervescencia intelectual, coprolalicamente, como una diarrea intelectual. Hay una pugna entre las editoriales y revistas especializadas de publicar todo cuanto llegue a las mesas de impresión. Ahora hay mucho más acceso a la información que antes. Eso es bueno. ¿Eso es bueno? Tengo el malsano defecto de estar observándolo todo, mi curiosidad es pantagruélica. Precisamente mi curiosidad me hizo caer en la cuenta que, hoy en día, casi todos nosotros los abogados estamos suscritos a alguna revista especializada (Diálogo con la Jurisprudencia, Actualidad Penal, Gaceta Penal, Etc.) y cada cual, la una más que la otra, ofrecen de regalo una variedad de libros de las diversas especialidades jurídicas, de manera que los estantes de los jueces, secretarios, asistentes, fiscales y toda la gama ocupacional de la función del abogado, se hallan atiborrados de libros y revistas de esta laya ¡Muchos de ellos intonsos y embolsados! (lo de intonso tuve que comprobarlo desembolsando uno de estos libros por supuesto). Esto significa que ahora accedemos a más libros que antes, pero no tenemos tiempo de leerlos. No tenemos tiempo o simplemente están escritos de una forma que su lectura se hace tediosa e inextricable y no nos damos la molestia de hojearlos. En estas circunstancias la nostalgia por los libros de nuestras épocas universitarias se hace muy fuerte. Yo por ejemplo me formé con poquísimos libros de forros pringosos y hojas subrayadas de tanto uso. La Ley y el delito de Jiménez de Asúa, aquél clásico de forro de color plomo de la Editorial Sudamericana; la Teoría General del Proceso de Devis Echandía; los manuales del argentino Soler; los peruanos Domingo García Rada, Peña Cabrera (papá), Roy Freyre, Luis Bramont Arias, las primeras publicaciones de Hurtado Pozo y así por el estilo. Es difícil imaginar ejemplares de estos libros empolvándose en bolsas herméticamente selladas, como se observa ahora. Leerlos no era complicado, no exagero si digo que muchas de estas lecturas eran placenteras (hasta ahora leo con fruición el librito –con cariño- de Jiménez de Asúa), se dejaban entender, algo que es difícil hallar en las publicaciones de hoy en día.
Voy a transcribir un fragmento tomado de un libro de uno de estos prolíficos autores modernos, una especie del Stephen King del derecho peruano, obviamente no vamos a citar su nombre. Veamos: “Según el haz de derechos y garantías que se consagran en el texto ius-fundamental, todo ciudadano tiene el derecho de acudir al órgano funcionarial (judicial o administrativo), a fin de peticionar una determinada solicitud; la Ley Fundamental y la legalidad vigente, reconocen una serie de derechos subjetivos a los comunitarios, cuya cristalización y materialización requiere del amparo judicial o administrativo respectivo. A tal efecto, el ciudadano ha de encaminar su pretensión (solicitud), encauzando su petición en la vía procedimental competente; esto es, la concreción de un derecho, necesita –en no pocas ocasiones-, de la expedición de una decisión (resolución) –jurisdiccional o administrativa-, destinada a crear, extinguir o modificar un derecho”. Créanme, no es broma, este párrafo insufrible lo he transcrito de un best seller jurídico. En primer lugar no entendí ni miércoles lo que quiso decir. Si así de abstrusos son todos nuestros documentos jurídicos y judiciales, Dios nos pille confesados. En segundo lugar no hay que ser un genio para darnos cuenta que este señor ha hecho papilla las reglas más básicas de la ortografía y la gramática. En tercer lugar es una huachafería utilizar la palabra haz en el contexto del párrafo transcrito, tal como lo sería utilizar el término plexo. Voy a ahogar el tintero y no voy a ensayar ninguna hipótesis acerca de este desmadre ortográfico, no soy émulo de Martha Hildebrant, tampoco un corrector de textos o estilos, que tanta falta le hacen a los libros de nuestros juristas modernos.
Me pregunto cuál habrá sido la intención del colega aquél que calificó la sobreabundancia editorial como una diarrea intelectual. ¿La profusión de los libros publicados o la mediocre calidad de su sintaxis?
Ica, 01 de marzo del 2017.

CRÉDITOS.
La imagen ha sido tomada de acá.