Segundo Florencio Jara Peña.
Por motivos académicos
frecuentemente realizo viajes a Lima. Entre mi centro de estudios y la
residencia donde me alojo por esos días atravieso, ineludiblemente, la avenida
Brasil. Si de por sí el tráfico es endiablado en Lima, en el mes de julio el
tráfico se pone más pesado en esta avenida; es que en las vías auxiliares se
vienen levantando unas estructuras metálicas, a manera de tribunas portables,
que albergarán a las miles de personas que se congregarán para presenciar la
gran parada militar: la parte más vistosa y culminante de nuestras festividades
por la independencia nacional. Es la fecha más propicia para recordar a
nuestros héroes y aflorar nuestros sentimientos patrióticos.
No soy de las personas que
gusten de este espectáculo militar, pero confieso que muchas veces he sido
presa de un sentimiento inefable que hormigueaba mi pecho y que
inconteniblemente pugnaban por salir condensados en goterones por mis ojos,
pese a mi inútil resistencia, cuando he visto marchar gallardamente, mal
trajeados, incluso en ojotitas, a muchos niñitos de la sierra alto andina, en
honor a la Patria y a nuestros héroes de batallas perdidas, al compás de un
huaynito cusqueño ya alambicado en una marcha militar. No sé si trataba de una
cursilería mía o de un simple y puro sentimiento patriótico.
Recuerdo que años atrás un
Ministro de Educación intentó erradicar, no sé si para bien o para mal, este
tipo de “expresiones patrióticas” para reemplazarlas por pasacalles folclóricas.
La iniciativa fracasó, julio seguirá siendo el mes de los acordes marciales en
Lima como en la lejana Pampacorral,
ese puntito de la sierra profunda que ni aparece en los mapas oficiales.
José Ingenieros, el médico
italiano nacionalizado argentino, al
diseccionar la sociedad de su tiempo en su clásico El Hombre Mediocre (1913),
autopsia social que no ha perdido vigencia, encumbraba, como los virtuosos
sociales a seguir, al héroe, al genio y al santo. Definía al héroe como aquella
persona que vive o muere por un ideal fecundo para el común engrandecimiento.
Esta definición ha quedado corta hoy en día.
Tal vez la intención de aquel
Ministro haya sido que se destierre aquella falsa creencia de que únicamente
los militares pueden ser héroes. Tal vez. O tal vez porque nuestras
experiencias bélicas nos llevaron al carajo a partir de nuestra era republicana
y que, como dice Herbert Morote en su libro Réquiem por Perú mi Patria,
“estamos llenos de monumentos a militares
que perdieron guerras y no de civiles que intentaron mejorar el bienestar de la
nación”. Bueno lo cierto es que no solamente las guerras nos deparan héroes
y cabe preguntarse –una vez más con Morote- si “¿es más patriota el general que en su vida ha defendido al país de
los fantasmas extranjeros que él mismo ha creado, o el vendedor ambulante que
para ganarse un magro ingreso tiene que correr de un lado al otro todo el santo
día? En todo caso serán igualmente acreedores a invocar un sentimiento patriótico,
pero jamás el general tendrá más derecho para hacer lo que le salga de sus
forros en nombre de la Patria que el vendedor ambulante”.(Réquiem por Perú
Mi Patria, p. 58).
No es mi intención hacer
escarnio del cuerpo militar, no por supuesto que no, y menos en esta fecha,
convengo que si hemos perdido batallas o guerras no ha sido por falta de valor
de nuestros soldados, sino debido a la mediocridad y falta de honradez de los
jefes y gobernantes, si no recordemos la vergonzosa huida de Prado, Presidente
del Perú, en plena guerra con Chile.
Pues bien, no solo las
guerras militares pueden generar héroes,
el día a día tiene sus héroes, ya Víctor Hugo recitaba: “se hacen muchas acciones en las grandes
luchas, hay muchas intrepideces obstinadas e ignoradas que se defienden palmo a
palmo en la sombra contra la invasión fatal de las necesidades. Noble y
misterio triunfo que ninguna mirada ve, que ninguna fama paga, que ninguna
fanfarria saluda. La vida, la desgracia, la soledad, el abandono, la pobreza
son campos de batalla que tienen sus héroes; héroes oscuros algunas veces más
grandes que los ilustres”.
Esos chiquillos calapatas
que tienen que enfrentarse a todas las adversidades antes detalladas, y en
estos meses al inclemente frio de las altas punas, que marchan gallardos y
risueños con los rostros quemados, son los héroes a quienes tributo mi saludo
en esta fecha.
Créditos.
La imagen ha sido tomada de acá.
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