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martes, 15 de noviembre de 2011

Bromeando con la filosofía.




Hallé una crónica -cuya lectura, no obstante el paso del tiempo, aún me divierte- en la que se detalla una tomadura de pelo a un personaje serio y formalon. Se los transcribo integramente y esperando que igualmente les divierta.



La Oración, el último recurso de un bribón.
S. Florencio Jara Peña.

Tengo un amigo, amante de la filosofía, quién no obstante sus fatigosas ocupaciones laborales, en los resquicios de tiempo que le deja el trabajo y su familia, esta tratando de comprender la esencia trascendental de las cosas. El no es agnóstico, mucho menos un ateo, creo que por el contrario tiene una sólida vocación religiosa, de la mas rancia tradición judeo cristiana (o al menos eso es lo que uno infiere cuando le oye discursar sobre religión). A pesar de su acartonada formalidad, céltica, clerical es una persona que todavía conserva el sentido del humor, pero creo que no ha leído o no ha oído hablar de aquel poema atribuido a Jorge Luís Borges en el umbral de su muerte, porque no le gusta cometer errores o caminar descalzo en la hierba, y que nos cae como anillo al dedo cuando estamos remontando la colina de la vida y vemos nuestra vida en retrospectiva: Instantes.
En una ocasión, conociendo su afán por escarbar las cosas, en medio de una de nuestras acostumbradas conversaciones, de improvisto le solté esta frase: “la oración, el último recurso de un bribón”. Al instante lo anotó en una pequeña agenda de pringoso forro imitación cuero que todavía luchaba por conservar el color negro de sus orígenes, cuyas páginas estaban atiborradas de escritos y anotes interpolados que solo él podía entender. Seguidamente se puso a reflexionar sobre la frase que él consideraba “profunda”, filosófica (pues todavía ignoraba si se trataba de un adagio, refrán, sentencia o proverbio), de manera que el tema, según su entender, merecía una conversación matizada con cafés. Durante las tres o cuatro tazas de cafés que despachamos aquella tarde, a partir de las palabrejas que mordió su curiosidad aprendí bastante sobre temas muy variados. Vaya con el tipo, rebosaba conocimientos por todos sus poros, en primer lugar me explicó que Sentencia, no en el lenguaje abogadil, es todo dicho breve que lleva en sí un buen pensamiento, ora en materia moral, ora en materia religiosa, filosófica o política, por ejemplo, me dijo, “el perdón es la mejor venganza”, esa es una sentencia; en cambio un Proverbio es un dicho breve y agudo, pero necesariamente moral: “quién comienza en juventud a bien obrar, señal es de no errar en senectud”; el Adagio por su parte es un dicho que encierra un pensamiento filosófico, pero expresado de un modo vulgar, con malicia, con chiste picaresco, sin tener la sabiduría de la experiencia: “casar y compadrar cada cual con su igual”; y pues el Refrán consiste en un dicho ingenioso, truhanesco, picante pero que ha de encerrar necesariamente una alegoría, es metafórico: “no se que te diga Antón, el hocico traes untado, y a mi me falta un lechón”.
Entonces concluyó que “mi” frase era una sentencia y probablemente de origen Tomista, no descartaba haberlo leído alguna vez revisando incunables en un viejo seminario del norte.
¿Sabes que es orar? Me preguntó. Y sin esperar alguna respuesta mía repuso: Orar es ... Hablar con Dios, y ... para hablar con Dios es necesario que creas que Él es y que está para galardonar a los que le buscan. En otras palabras ... Tienes que tener Fe en el Dios de amor. Nuestra Fe es probada cuando hablamos con Dios, porque, estamos dirigiéndonos a alguien a quien nuestros ojos físicos no ven. Locura ... para el incrédulo, pero, para el creyente, es una necesidad y un deleite. Tú no ves al viento con tus ojos, pero sabes que existe porque lo sientes, ¿verdad? Lo mismo es con Dios, no lo vemos, pero, porque creemos en Él, lo sentimos. Y así continuó con su perorata histórico-filosófico-casuístico.
En efecto tenía sentido lo que decía y a medida en que citaba casos de personas notorias o formalmente ateas, a quienes luego se les veía, sin ningún pudor, compungidos, místicos orando en eventos religiosos públicos, caí en la cuenta de que yo también había sido testigo de muchas de estas “conversiones”, es decir de personas que aparentemente la religión y sus misterios les tenia sin cuidado, verdaderos bribones, pero cuando de pronto se les presentaba un problema en el diario vivir, primero, como es obvio a su filosofía de vida, por decirlo de algún modo si es que estas personas tienen filosofía de vida, agotaban todas las posibilidades terrenales para solucionarlo, sin embargo cuando el circulo se iba cerrando y las repuestas materiales no llegaban, recurrían al último recurso: la oración.
¿Sabías que respecto de nuestro más insigne Ateo de la historia se corre el rumor de que en su lecho de muerte volteo el rostro hacia Dios y oró antes de alzar vuelo hacia el mas allá? Con esa pregunta me saco de mis reflexiones. Así es, continúo, aunque nunca confirmado claro, porque estas cosas se hacen sin testigos. Carlitos Marx, el mismo que afirmaba que la religión es una forma de alienación porque es una invención humana que consuela al hombre de los sufrimientos en este mundo, disminuye la capacidad revolucionaria para transformar la auténtica causa del sufrimiento y legitima dicha opresión; el consideraba que la experiencia religiosa no es una experiencia de algo realmente existente. Su punto de vista era claramente ateo: no existe Dios tampoco el alma, así de sencillo. Pero este gandul cuando esperaba a la pelada también recurrió al último recurso: oró encomendándose al Dios que había negado materialismo-cientifico-históricamente. Cuando nos despedimos olvidé citarle la fuente de la frase profundamente filosófica que nos había mantenido reflexionando mas de tres horas, claro más a él que a mí.
Al llegar a casa mis hijas estaban frente al televisor, mirando absortas una serie de dibujos animados, me despoje del traje y me senté junto a ellas. Allí estaba la familia norte americana de piel amarilla y ojos saltones que tanto nos divertía: Los Simpsons. Era un capitulo repetido: el díscolo y ateo Bart como siempre se había metido en problemas y había logrado ir sorteando las consecuencias, hasta que ya no cabía mas giro en la tuerca, excepto ponerse de hinojos al costado de la cama, entrelazar los dedos, poner el rostro lo mas beatíficamente posible y orar. En esos místicos momentos es sorprendido por la culta e inteligente Lisa quién cáusticamente le dice: aja, la oración, el último recurso de un bribón.
Esa noche antes de pescar el sueño todavía meditaba si sería atinado revelar a mi amigo la verdadera fuente de donde había obtenido la frase en cuestión o tal vez sería una falta de respeto a su seriedad científica por provenir de una serie de dibujos animados.

Ah, el pequeño granuja obtuvo el milagro que pidió al orar.

Abancay, octubre del año 2006.


CREDITOS:
La imagen ha sido tomada de acá.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Interculturalidad y Administración de Justicia.


Sondeos realizados por entidades especializadas en estudios sobre aprobación o desaprobación de la administración de justicia llegan a la consclusión que los Jueces de Paz, a quienes peyorativamente se les denomina "no letrados", alcanzan picos altos de aprobación respecto de sus pares los Jueces profesionales. Asi es. Los Jueces en ojotas estan mejor vistos que los jueces enternados.
A propósito de esto reproduzco a continuación un artículo, que más parece una cronica, picante, divertido, pero muy reflexivo. Un germen de lo que se viene tratando en eventos sobre interculturalidad y justicia. 


LOS JUECES DE PAZ (MAL LLAMADOS NO LETRADOS) EN EL PERU.
S. Florencio Jara Peña.

Hace mucho tiempo, cuando todavía sorbíamos de las fuentes del derecho oficial y pensábamos, ingenuamente, que la panacea a todos los conflictos sociales era simplemente la aplicación fría de la Ley, realizamos, un amigo y yo, una caminata entre deportiva y turística (ahora le denominan rimbombantemente “turismo de aventura”). Llegamos ya entrada la noche a un pequeño poblado borrado casi por la obscuridad. Por supuesto la población carecía de alojamientos. Aunque llevábamos consigo una carpa para los accidentes atmosféricos u otras eventualidades similares, algunos vecinos notables se ofrecieron a hospedarnos por aquella noche. Mi anfitrión fue el Juez de Paz. Me acomodó en el suelo, con mi bolsa de dormir, en un rincón de una habitación oscura. El trajín de la jornada me ayudo muy pronto a pescar el sueño.
Aún el alba no había despuntado cuando unas voces, una mezcla de rumores en quechua y español, se filtraron en mi somnolienta vigilia. A medida que me despabilaba iba cayendo en la cuenta que aquel Juez de Paz, que calzaba ojotas y se calaba la cabeza con un sombrero de hechura artesanal, me había cedido su despacho judicial para que pasara la noche. Antes de ponerle atención a la conversación, fingiendo aún dormir, reparé en el ambiente. Era una habitación en la que se habían amontonado muchas herramientas agrícolas, aperos de equitación y una variedad de productos de pan llevar. Al medio estaba una pequeña mesa de madera, también de factura artesanal, sobre ella se observaban algunos papeles y varios Libros de Actas, ante la cual se hallaba sentado mi anfitrión oyendo atentamente a dos campesinos, mientras tanto en la puerta de la habitación que daba hacia el patio se observaba un buen número de sus connaturales esperando también ser atendidos, sin inmutarse por mi presencia. Por el lapso de mas de tres horas fui testigo de cómo este singular Juez de Paz ponía fin a una abigarrada gama de conflictos, unas mas curiosas y sui generis que las otras, cuyas soluciones también resultaban además de ingeniosas, inverosímiles. Dentro de mi precaria formación jurídica estuve convencido, aquélla vez, que nuestro personaje había incurrido en Prevaricato, pues muchas de sus soluciones estaban “fuera de su competencia” o simplemente “no aplicaba la Ley” tal como se hallaba redactada, incluso en algún momento reprendió acre y severamente a un campesino que inicialmente se negaba a satisfacer unos daños causados por sus animales, pero lo que me sorprendió mucho más es que al parecer todos abandonaban el despacho judicial satisfechos.
Después de atender sus labores judiciales compartimos su frugal desayuno, ya que sus actividades agropecuarias recién iban a comenzar. Mientras despachábamos el mote con un pedazo de charqui, soasado al carbón de la concha, comencé a interrogarlo, para satisfacer mi desmedido y malsano don de la observación, acerca de su actividad judicial. Me comento que la Corte le había proporcionado algunos libros de actas (para registrar los casos civiles y penales, entre otros), de esto hacía ya cuatro años, pero que hasta ahora no los había utilizado, sus páginas estaban inmaculadas. Tenia quinto año de primaria y esto no le permitía entender la diferencia entre un proceso civil y penal. Esta revelación me dejó frío. Me dije que este señor significaba un enorme peligro para la administración de justicia y había que hacer algo para evitar que esto continuara: que un ignorante resolviera los conflictos de su comunidad. Entonces en mis reflexiones pensé que la mejor solución era designar como Jueces de Paz a estudiantes o Bachilleres en Derecho y no seguir manteniendo al margen de la Ley, en el oscurantismo e ignorancia a estos pobres campesinos. Antes de marcharnos del poblado nos mostró unos papeles judiciales que involucraba a una hija suya dentro de un proceso judicial en la provincia. Sin esperar nuestra opinión simplemente dijo mascando su deficiente castellano: “el Juez de Familia es un cagón”. Ignoro si lo dijo porque aquel magistrado se haya mostrado medroso o simplemente porque cometió un error irreparable (después de todo son acepciones válidas a la palabreja “cagar”) o tal vez porque en aquella ocasión era una frase coloquial utilizada por algunos guías de turismo que ya comenzaban a irrumpir en su comunidad.
Esta anécdota habría quedado enterrada para siempre en el olvido, a no ser por uno de los pasajes del discurso del Presidente del Poder Judicial que avivó las llamas del recuerdo: este año -dijo el doctor Távara- “se promoverá y fortalecerá la justicia de paz” (sic). En numerosas cortes se repitió lo mismo.
No hace mucho en un evento a nivel nacional en el que el tema fundamental eran los Jueces de Paz, alguien, cuyos pergaminos personales lo pintaban como un especialista en esta materia, dijo, con un aplomo que no dejaba lugar a dudas, que los Jueces de Paz son un patrimonio nacional, una institución emblemática, como el cebiche o el pisco peruanos, si caben las comparaciones. Esto no es cierto. La incorporación de los Juzgados de Paz en nuestro sistema judicial se debe a la influencia española. Inicialmente estos órganos fueron creados con la finalidad de desdoblar las funciones de los Alcaldes o Gobernadores, quienes tenían antiguamente facultades judiciales (recuérdese por ejemplo los famosos casos resueltos por Sancho Panza cuando fue ungido Gobernador de la ínsula de Barataria); posteriormente se desvincularían por completo de los municipios. El apelativo de “no letrados” si es una imposición peruana. No existe ninguna norma que le de esta nomenclatura, resulta de una inferencia por descarte: en la Ley Orgánica del Poder Judicial se hacer referencia a los “Juzgados de Paz Letrados” (Art. 54) cuando se define a estos órganos jurisdiccionales profesionales; entonces, se infiere, si los Jueces de Paz son legos, resultan siendo no letrados.
En el Perú los Juzgados de Paz constituyen mas del setenta y cinco por ciento de la judicatura nacional y de acuerdo a los niveles de aprobación superan de lejos la estima de la población respecto de sus homólogos profesionales, ergo deben merecer la atención no solo en los formales y rigurosos discursos de orden. Si embargo colisionan con muchos obstáculos: en primer lugar la legislación que regula el marco normativo de los Juzgados de Paz resulta intrincado, incoherente y confuso, si los profesionales en materia de derecho no logran ponerse de acuerdo, mucho menos se les podrá exigir, dado su carácter popular y lego, a los Jueces de Paz el conocimiento y aplicación de dispositivos aluviónicos, lo único cierto es que en la práctica ha quedado derogado el Reglamento de Jueces de Paz de 1854. De otro lado existe una disposición de ir “formalizando” las funciones de los Jueces de Paz, pero esto no va a resultar posible dada la pluriculturalidad de nuestro país, al menos ese es mi punto de vista, aún cuando hace muchos años atrás, padeciendo una miopía intelectual que limitaba mi razonamiento, califique de ignorante a un Juez de Paz que satisfactoriamente resolvía los conflictos sociales tan solo conciliando la ley con la lógica, el sentido común, la equidad y la benevolencia, cuando este personaje, como sus cientos de pares, aborda el problema de manera integral (no divide el caso formalmente en asuntos civiles, penales, laborales, etcétera), mediante la conciliación resuelve conflictos que no solo escapan de su competencia jurisdiccional sino que incluso son materias “formalmente” no conciliables (razones por las que son muchas veces denunciados) y para dar solución a la controversia utiliza elementos propios de su cosmovisión, sus valoraciones (priorizando la relación hombre-naturaleza) y costumbres de su comunidad (Art. 66 de la Ley Orgánica del Poder Judicial). La cuestión de los Juzgados de Paz no pasa únicamente por recordarlos en los actos solemnes, urge su inmediato diagnostico y atención.
Tal vez, si por un momento calzamos sus ojotas y nos embutimos en su pantalón de bayeta, aquel Juez de Paz tenía mucha razón y el Juez de Familia era realmente un cagón.

Abancay, enero del año 2007.

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La imagen ha sido tomada de acá.



miércoles, 3 de agosto de 2011

Literatura y Justicia.

Las ficciones literarias son muy ricas en el tema de la Justicia, obviamente también de la injusticia; desde el gran libro que es la Biblia, pasando por el inmortal Quijote, hasta, se me ocurre de pronto un último libro que leí hace poco y que podría ser cualquier otro, El caso Arbogast del alemán Thomas Hettche . Los temas recurrentes son los conflictos judiciales.
Algo de esto precisamente trata el artículo que reproduzco literalmente a continuación.


LA JUSTICIA EN LA LITERATURA.
(Solo para lectores).
S. Florencio Jara Peña.

Démosle rienda suelta a la fantasía e imaginemos por un momento, solo en ficción claro, que el gobierno dicte una Ley, por esas cuestiones de la vida que la razón no sabe explicar, sobre todo en el Perú en que se promulgan y derogan leyes con una facilidad pasmosa, en la cual se reduzca a la mitad la pena de todos los sentenciados que purgan prisión en las cárceles del país sin ninguna excepción, de modo que por ejemplo el asesino que estaba condenado a 30 años de prisión tenga que cumplir únicamente 15 años de pena de privación de libertad efectiva, el violador condenado a 25 años ve reducida su sanción a 12 años y medio, y así en cada uno de los casos se tendría que recurrir a una simple operación aritmética para cumplir el mandato legal. Sin embargo esto que aparentemente era muy sencillo de ejecutar, genera sus primeras dificultades cuando los sentenciados a cadena perpetua, entre ellos Abimael Guzmán, solicitan que se aplique la Ley en cuestión, es decir que la cadena perpetua se reduzca en una mitad. A quién se le va a ocurrir que la pena de cadena perpetua pueda tener una mitad. Pero en aplicación del “derecho a la igualdad y la no discriminación”, sigamos fantaseando entonces, existe el deber de atender también estas solicitudes, so pena de que una vez más la comunidad internacional nos considere parias por desacatar derechos humanos internacionalmente reconocidos. No hay un precedente nacional ni internacional de una solicitud tan original como esta, salvo únicamente en los anales literarios: Julio Cesar de Mello e Souza (1895-1974), un escritor brasileño había escrito un libro “El Hombre que Calculaba” con el seudónimo de Malba Tahan. El protagonista era un extraordinario calculista de nombre Beremis Samir, quién en el Capítulo XXII de la novela resolvió un caso similar al que nos plantea nuestra imaginación. La solución ingeniosa no es tan corta como para consignarse en este comentario, pero resta decir que se trata de “una cuestión de pura matemática y de interpretación de la ley al mismo tiempo” (sic), de modo que la mitad de la cadena perpetua, conclusión que al final llega Beremis Samir, es la Libertad Condicional bajo vigilancia de la Ley, que es la única manera de tener detenido y libre a la vez a un hombre (esperemos que de este modo, omitir el proceso de razonamiento, la curiosidad les pique a todos los lectores y puedan leer esta novela). Haciendo a un lado estas digresiones y siguiendo el hilo de nuestra ficción, gracias a la lógica del calculista todos los presos condenados a cadena perpetua, incluso Guzmán, saldrían en libertad mucho antes que los demas. Pero, esto no pertenece a la realidad es imaginación, solo pura ficción.

Así como la historia anterior, la literatura es pródiga en casos en que los protagonistas han sido muy acertados en sus decisiones frente a los conflictos sociales que conocían. Desde Salomon y su famoso caso de las dos mujeres que se disputaban a un recién nacido (literatura religiosa, a despecho de que los hechos realmente hayan ocurrido), tanto que es proverbial hacer uso de la expresión “salomónico” para hacer referencia a una componenda justa, hasta El Mercader de Venecia, drama Shakespeariano en el cual se recrea el fallo justo de Porcia (disfrazada de un sabio jurista) frente a la extravagante pretensión del usurero Shylock de obtener una libra de carne de su deudor Antonio, el mercader de Venecia, al no haber honrado la deuda en el tiempo convenido, despreciando incluso la oferta de recibir tres veces mas de lo prestado: “(...) Un momento no más, exclama a continuación el sabio jurista, el contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Tome la carne que es lo que le pertenece; pero, si derramas una gota de sangre, tus bienes serán confiscados conforme a la ley de Venecia (...)”, declaración que hizo desistir de la cruel exigencia contractual.

Hay una historia más que puede citarse en este espacio: la de Sancho Panza cuando fue designado Gobernador de la Insula Barataria.

En el Capítulo LXV de la célebre novela Don Quijote de la Mancha (no por célebre de fácil lectura) del no menos ilustre Miguel de Cervantes Saavedra, se hace Gobernador de la ínsula Barataria al fiel escudero Sancho Panza. No bien iniciada sus funciones se le presentaron algunos conflictos que resolver. Uno de ellos era el de una mujer que presuntamente había sido ultrajada sexualmente, robándosele su castidad que venía custodiándolo, según refiere, con dientes y uñas de moros y cristianos por 23 años, por un hombre a quién a viva fuerza había conducido frente al buen Sancho. El acusado negaba la imputación, como suele ocurrir en estos casos. Afirmaba éste que tenía por oficio la ganadería, la que le dejaba alguna renta, y efectivamente reconocía que habían yacido ambos, por voluntad propia de la moza a quién recompensó lo suficiente. Oídas las versiones nuestro Sancho ordenó que el hombre entregara todo el dinero que traía consigo, veinte ducados, a la mujer. Ésta deshaciéndose en zalamerías agradece al gobernador por su sapiencia, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, retirándose feliz con el dinero. Seguidamente Sancho ordena al varón, quién ya tenía los ojos húmedos por el llanto, que salga tras ella y a como de lugar, incluso haciendo uso de la fuerza si fuera necesario, recupere la bolsa del dinero y vuelva con ella. Al cabo de unos minutos el hombre y la mujer regresan nuevamente donde Sancho, esta vez mas asidos y unidos que la anterior, disputándose en un tira y afloja la bolsa del dinero. El hombre se quejaba de que no había fuerza humana que pudiera recuperar el dinero, al punto que estaba resignándose a perderlo, pues así lo demostraba la mujer que por su parte reclamaba al desvergüenza y osadía del hombre de desacatar el fallo del gobernador. El diálogo que sostiene Sancho antes de llegar a su decisión es también proverbial. Veámoslo cual textualmente lo ha expresado su autor:

“(...) —Y ¿háosla quitado? —preguntó el gobernador.

—¿Cómo quitar? —respondió la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

—Ella tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

—Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

—Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora! (...)”

En todos estos casos los protagonistas han sabido conciliar el cumplimiento de la ley con la lógica, el sentido común, la equidad y la benevolencia, virtudes que ya no se encuentran en las personas que de una u otra forma contribuimos al sistema de justicia actual (abogando, juzgando, dictaminando o académicamente), pues no somos sino aplicadores fríos del texto de las leyes.
Abancay, noviembre del año 2006.

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lunes, 21 de marzo de 2011

Acerca de algunas mentiras universales.


Seguro que muchos de nosotros hemos oido o leído acerca de las famosas mentiras universales. El artículo que reproduzco a continuación esta referido a una muy difundida en las zonas altoandinas: "kaychallapi", que traducido al español sería algo así como "acasito" o "aca nomás". En fin, la mentira es la mentira, sean estas mentiras blancas, piadosas, mentirijillas o de las mas ruines. La mentira siempre busca distorsionar la realidad, sea cual sea su propósito. En esta época de elecciones, en que las mentiras estan a la orden del día, causa enorme placer y diversión leer un artículo como este.

KAYCHALLAPI (ACASITO NOMAS).
Para la flaca, con mucho amor.

Después de oír el discurso de Vargas Llosa al recibir el Nobel de Literatura caí en la cuenta que algo de ello no era ficción. Vargas Llosa es un maestro para hacer obras maestras de la mentira, de la ficción, así que prejuzgué que su discurso, que en algunos pasajes le arrancó lágrimas, también era una ficción bien construida precisamente para recibir un premio por saber inventarlas, creo que me equivoqué. Dijo algo así como que cuanto más sentía al Perú era en otras latitudes. La mayoría de sus ficciones tienen como espacio y tiempo, por supuesto mentidas magistralmente, nuestro país: sea como barrio, sea como región, sea como fuere, pero en sus novelas se refleja el Perú.
Algo parecido me sucede. Por supuesto no quiero compararme con nuestro Nobel, pero siento lo mismo aunque a nivel micro. Me explico: ahora que estoy fuera de Apurímac las nostalgias y sentimientos hacia esa tierra son incontenibles, estoy empezando a querer más a este pequeño punto inhóspito de nuestro mapa. Los recuerdos se agolpan en mi mente incesantemente y pugnan por manifestarse de alguna manera.
Precisamente fui presa de uno de estos cuando perdí el rumbo en el monstruo de mil cabezas. Me había extraviado en Lima y no hallaba forma de volver a mi hospedaje. Lo más recomendable en estos casos, y en otros en que el peligro asecha, es no perder la cordura, de modo que para ubicarme entré en una pequeña tienda y mientras me llevaba el burbujeante vaso de gaseosa a los labios recordé que también uno puede perder el rumbo en la puna.
Si. Estuve perdido todo un día, y su noche entera, en la más desolada puna sin poder hallar el camino de retorno hacia el pueblo.
Cómo llegué allí tiene que ver con el título de este artículo.
No creo que solamente en el Perú seamos campeones para mentir (para aclarar a mis confundidos lectores, acá no me estoy refiriendo a la mentira como una veta para crear ficciones al estilo Vargas Llosa, sino como uno de esos malhadados defectos de la humanidad para torcer la verdad, sea cual fuere el propósito, pero casi siempre para justificar despropósitos personales o conseguir ventajas ruines).
Estoy seguro que han oído o leído acerca de las mentiras universales: “mañana te pago”, “sólo un parcito”, “estuve en el trabajo”, “ah, y no se olvide –esta agua-, no es mineral”, “cuando salga electo” y muchas otras más. La mentira, como defecto o vicio, la llevamos en los genes toda la humanidad, no es patrimonio de un determinado país o una determinada raza.
A estas habría que añadirle “kaychallapi” (es probable que esta palabra quechua esté mal escrita, a decir de los “lingüistas” quechuas, pero he tratado de construirla tal como suena oralmente haciendo uso de los fonemas castellanos, en todo caso significa “acasito nomás”).
Es imposible que alguien que haya estado por las zonas altas de Apurímac (y también por el Cusco) no haya oído jamás esta celebre palabrita.
Kaychallapi, papay. Es lo que acostumbran contestar los campesinos cuando suele seles preguntar por un determinado lugar. A diferencia de las otras mentiras que siempre buscan lograr una mal concebida viveza, criollada, pendejada, o como quiera llamársele, esta mentirijilla es producto de la creencia andina de que cualquier distancia puede ser cubierta pedestremente, o tal vez tras esa inocente palabra se esconde una pícara tomadura del pelo al presumido citadino para hacerlo padecer de cansancio y otras desventuras. Lo cierto es que jueces, ingenieros, médicos, enfermeros, maestros, policías han caminado horas y horas, han vadeado cerros y quebradas y cruzado numerosos ríos para llegar, ya muy entrada la noche, a su destino que, a decir del circunstante o casual campesino andino con el que se encontraban en el camino, estaba “kaychallapi, papay”.
Aquella vez fui en busca de una persona cuya vivienda estaba “kaychallapi, papituy, detrás de aquella lomadita nomás”. Había caminado medio mundo, escalado mil cerros por unos caminos apenas imperceptibles, pero no daba con la bendita casa. La noche con su manto oscuro empezaba a difuminar el paisaje agreste de la puna cuando una infernal lluvia se desató. Llovía, literalmente, a cántaros. En medio de la desolación, sin un lugar donde guarecerme, dando bastonazos de ciego para dar siquiera con el camino de retorno fui presa del pánico. Sin noción del tiempo ni del lugar caminé sin rumbo, como un loco, aquella noche, hasta que, empapado hasta los huesos, divisé, en lontananza unas luces que brillaban como pequeñas luciérnagas. Hacia allí me dirigí para llegar, al cabo de muchas horas, junto con el alba. ¡¡Había vuelto al pueblo de donde había partido en la víspera por el extremo opuesto!!

Luego de calmar mi sed dije para mi coleto que esta vez no me sucedería lo que en la puna. Claro que no, tomaría un Taxi e indicando la dirección al taxista llegaría a mi destino, así estuviera acasito nomás.

Ica, verano del 2011.
Florencio Jara Peña.

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