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domingo, 29 de marzo de 2020

MANOS (O PIES).




Florencio Jara.

Era la primera vez que se subiría en un bus. Hasta ahora se había movilizado solamente en Taxis o en el auto familiar que conducía su madre o algunas veces Héctor, su hermano el Policía. Siempre estaban pendientes de ella. Al salir de casa caminó hasta la avenida Caminos del Inca, cerca de la Universidad Ricardo Palma. Preguntó a un vendedor de diarios qué línea debía tomar para dirigirse a San Miguel. El viejo le indicó que se dirija hasta el Puente Benavides, que por ahí pasaban todas las líneas. De camino al puente dos venezolanos, una chica y un joven, le ofrecieron refrescos de maracuyá y chicha para aplacar el infernal solazo de aquella mañana. Rechazó la oferta agradeciéndoles, aun cuando moría de ganas por llevarse una de esas botellitas heladas a los labios, intentando disimular la turbación que le producían ese tipo de situaciones, pero no le impidió preguntar una vez más dónde podía subirse a un bus que la llevara hasta San Miguel. Los extranjeros dijeron que es probable que todas las líneas pasaran por el puente Benavides, pero que lo mejor era que cogiera el bus en el paradero de Caminos del Inca, que si mal no se acordaban la línea “W” o la “25” la llevarían a su destino. Desandó las cuadras que había recorrido y en la esquina preguntó nuevamente, esta vez a dos simpáticas venezolanas que vendían chips para teléfonos celulares, y le confirmaron la información brindada por la pareja. Y ahí estaba ahora, sentada en la parte trasera de un bus de la línea “W” camino a San Miguel, recuperándose de la desazón que había significado la dificultad de pagar al conductor, en pleno movimiento, los dos Soles del pasaje. Tuvieron que transcurrir unos buenos minutos para dejar de sentir que era blanco de las miradas de los otros pasajeros. A través de la ventana la ciudad discurría, esplendorosa y animada, como en una película, sin embargo sobrepuesto al paisaje urbano el vidrio reflejaba, apenas con unos trazos no muy definidos, casi fantasmales, su bello rostro de enormes ojos. Al adivinarse en esas sutiles líneas cayó en la cuenta que realmente era atractiva como alardeaba su madre; inexplicablemente sintió fastidio y dejó que su mirada y su mente vagaran libremente. Cuando el bus enrumbó por la prolongación Huánuco, en La Victoria, la travesía se hizo lenta, minutos interminables permaneció parado, pero como no tenía ningún apuro en llegar a su destino no se incordió; tuvo ánimo, dadas las circunstancias, para sonreír con ironía y pensar que el guapo futbolista que tenían como alcalde había fracasado en su intento de ordenar el tránsito y el comercio ambulatorio en Gamarra. Todo aquel jaleo de gentes y vehículos tenía lugar alrededor de los miles de negocios textiles fundados por migrantes de la sierra, ahora muchos de ellos millonarios (no muy poco tiempo después, un maldito virus proveniente de la China pondría orden no sólo en este mercado sino en todos los del planeta). La sacó de sus abstracciones una joven venezolana que se había subido al bus y que asiento por asiento ofrecía helados de fruta; esta vez se le antojó humedecer los labios en aquellos pedazos de hielo azucarado: su afán de evitar la contrariedad pudo más que su sed. Lo que no pudo evitar es que su atención cayera en las finas y delicadas manos de la vendedora. Se trataba de las más perfectas extremidades que había visto, de largos y delgados dedos, aun cuando estuvieran algo descuidadas. Recordó la anécdota atribuida a Joyce, que según dicen le había advertido a una admiradora, antes de estrechar su mano, que aquella no solo había escrito Ulises sino que había hecho también cosas demasiado mundanas. Se quedó pensando en las lindas manos de la chica, en las inenarrables cosas que habrían hecho: asir, de pequeñita, fuertemente el dedo pulgar de su padre; jugar con los pezones de su madre o acariciarle el rostro mientras, golosa, daba cuenta de la leche materna; descubrir la picazón eléctrica por meter el dedo en huecos que no se deben; hurgarse la nariz y jugar con las costras de los mocos; embarrarse con caca en los primeros manipuleos torpes del papel higiénico; estrechar furtivamente la mano del primer enamorado, apenas apagadas las luces del cine o bajo la mesa, lejos de la vista de los demás, las primeras muestras de amor antes que el primer beso; descubrir su sexo, masajear sus turgentes tetas o los genitales del amado; puñetear, defenderse, sobretodo eso. Un venezolano, sentado en un asiento vecino, cortó sus divagaciones preguntándole si sabía dónde tenía que bajar para llegar al Hospital del Niño, sonriendo mecánicamente, como mandan las reglas sociales, contestó diciéndole que tampoco sabía, pero alguien, una venezolana entrada en años, atiborrada de bolsas de mercado, dijo donde bajarse: en el cruce de la avenida veintiocho de julio y la Brasil. En realidad conocía el Hospital del Niño, de hecho su madre siempre la llevaba, pero nunca en bus, para superar su defecto congénito con una psicóloga muy atenta y eficiente. Lo había dejado de hacer, unos años atrás, cuando ingresó a La Cato donde conoció al hijo de puta aquél. Cuando el chofer advirtió que doblaría a la izquierda por la avenida Ejército supo que debía bajarse. Caminó por el acantilado Bertolotto buscando el acceso hacia el mar. En la bajada decenas de higuerillas brotaban tozudas entre los resquicios de la arena y las piedras, como los venezolanos por todas partes. Se acordó de un cuento de Ribeyro en que el que la propagación de la higuerilla era una metáfora de la migración serrana. En la playa pedregosa empachó sus pulmones con el aire salino, el lugar estaba desierto, solo se oía el rugir de la reventazón de las olas en el lecho rocoso. Hizo caer con mucho cuidado el arma sobre las piedras, no vaya a ser que se dispare, como en esas películas surrealistas de tercera. Sentada, mientras contemplaba ahogarse al sol, herido de muerte, sus pies, que ahora parecían dos bellas manos ágiles, con pericia y delicadeza jugaban con el revólver. 

                                                                        Ica, marzo del 2020.


 Créditos: la imagen fue tomada de acá.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Justicia Retórica y Justicia Probatoria.

Segundo Florencio Jara Peña.

Un amigo aficionado a la pelea de gallos me había invitado a un reto entre dos criadores de estos hermosos animales en la campiña iqueña. En su argot gallístico le denominaban una “chuscada”, tal vez para diferenciarla de las peleas oficiales de campeonato. Pero en realidad no se trataba de ninguna chuscada, eran ejemplares finos y aguerridos, de las más variadas razas, que aquella tarde se enfrentaron en un duelo a muerte. Se alzó con la victoria el anfitrión ganando cuatro de los siete enfrentamientos.
De regreso a la ciudad mi amigo, que había sido derrotado en el coliseo, comentaba que había sido un honor tener de juez de las peleas a uno de los más grandes criadores de gallos del Perú, no tuvo reparos en llamarlo “el científico de los gallos”. El juez –discursó- es la autoridad máxima en el ruedo desde el inicio hasta la culminación de las peleas. Sus fallos, dictados conforme a un reglamento, tienen carácter obligatorio y por lo tanto son indiscutibles e inapelables, en ningún caso dejará de dictar sentencia. Imagínese –me dijo- que los casos no contemplados en el reglamento serán resueltos por el juez en el mismo momento de producirse, aplicando elementales principios de equidad y justicia. Igual que el Juez Carhuancho –remató-.
Mientras mi amigo se rendía al sueño, producto de la comilona y el vino, yo me dejaba llevar por el sopor tratando de hallar alguna relación entre el juez de los gallos y el juez más mediático del momento, mientras en la radio, extraña coincidencia, repetían lo que habría afirmado nuestro juez de investigación preparatoria “Soy de las personas que creen más en la justicia probatoria que la justicia retórica; es decir, creo yo que se le debe dar la razón no tanto a quien habla mejor sino a quien tenga detrás de si el respaldo de las pruebas”.
Con los ojos entrecerrados hurgué en los archivos de mi memoria y parecía que nunca había leído algo como justicia retórica o justicia probatoria. De la retórica lo poco que sabía era que Aristóteles había dicho que es el arte de buscar en cualquier situación los medios de persuasión disponibles. Mas actualmente, el arte del buen decir o la técnica de expresarse de la manera adecuada para lograr la persuasión del destinatario. Arte de la argumentación, más que arte de la ornamentación o la charlatanería. Pero acerca de la “justicia probatoria”, así con nombre y apellido, nada. En un proceso penal, cuando el imputado niega el hecho o cuestiona pasajes del mismo, corresponde al Juez determinarlo a partir de la valoración de las “pruebas” actuadas en el proceso. Para emitir una condena, lo más próximo a lo justo, el Juez se vale de pruebas, de modo que lo más correcto es afirmar que las pruebas serán las que sustente una condena o una absolución y no la mera arbitrariedad de aquél. Las pruebas jamás pueden estar desligadas del proceso penal, no existirían las unas sin el otro. Entonces decir “justicia probatoria” es una tautología, como afirmar “salir afuera” lo es. Tal vez el buen juez, al que ya lo están postulando como el personaje del año, haya querido decir que sus decisiones se sustentan en las pruebas antes que en el buen decir.
Arrebujado en el cómodo asiento caí en la cuenta que, si no son todos, la gran mayoría de los jueces piensan igual que nuestro juez, incluso con el sistema acusatorio del nuevo Código Procesal Penal: que el buen decir, el discurso técnico y persuasivo, si no se sustenta en pruebas, no va con ellos. Es cierto, las técnicas de litigación oral sólo funcionan en el sistema de los jurados, por la sencilla razón de que los jueces, acá en Perú, deciden acerca del juicio de hecho y el juicio de derecho, a diferencia del sistema norteamericano en que doce profanos en derecho deciden sobre el juicio de hecho. Se me vino a la memoria una escena de la película “El Abogado del Diablo”. Kevin Lomax (interpretado por Keanu Reeves) es un abogado que va cobrando fama en un pequeño pueblo norteamericano y está en la mira de John Milton (Satanás, encarnado por Al Pacino) para hacerlo miembro de la firma. En una escena de la película Lomax contrainterroga a una niña víctima de tocamientos obscenos. Sabe Lomax que la niña ha sido ultrajada, que su cliente es un pedófilo, pero eso no le interesa, su finalidad es poner en aprietos a la pequeña, frente al jurado, y desacreditar su versión. Es un experto en litigación oral, es despiadado al contrainterrogar y culmina con un persuasivo y bien elucubrado discurso final. Lomax logra su cometido y el jurado, al fallar sobre los hechos, declara inocente a su cliente. Si trasladamos esta escena ante nuestro juez o ante cualquier juez penal nacional, que debe fallar sobre los hechos y el derecho, seguro que pedirá aclaraciones a la niña luego del riguroso contrainterrogatorio efectuado por un Lomax local, cosa que no pueden hacer los miembros del jurado; incluso si la última versión de la víctima es exculpatoria podrá valerse de la versión incriminatoria anterior, así esté plasmado en un papel o registrado en un video, cosa que tampoco pueden hacerlo los miembros de un jurado, y dictará una sentencia condenatoria, sustentada en pruebas y no en el bonito discurso del abogado del diablo. Y aún hay despistados –o tal vez avivatos- que siguen vendiendo, como la panacea para el proceso penal peruano, pasantías para “especializarse” en técnicas de litigación oral.  

Cuando me despedía del gallero pensé que tal vez, solo tal vez, a eso se haya referido el juez candidato a personaje del año cuando habría dicho que cree más en la justicia probatoria que en la justicia retórica.  


Créditos: la imagen ha sido tomada de acá.

lunes, 31 de julio de 2017

Héroes, los de ahora.

Segundo Florencio Jara Peña.

Por motivos académicos frecuentemente realizo viajes a Lima. Entre mi centro de estudios y la residencia donde me alojo por esos días atravieso, ineludiblemente, la avenida Brasil. Si de por sí el tráfico es endiablado en Lima, en el mes de julio el tráfico se pone más pesado en esta avenida; es que en las vías auxiliares se vienen levantando unas estructuras metálicas, a manera de tribunas portables, que albergarán a las miles de personas que se congregarán para presenciar la gran parada militar: la parte más vistosa y culminante de nuestras festividades por la independencia nacional. Es la fecha más propicia para recordar a nuestros héroes y aflorar nuestros sentimientos patrióticos.
No soy de las personas que gusten de este espectáculo militar, pero confieso que muchas veces he sido presa de un sentimiento inefable que hormigueaba mi pecho y que inconteniblemente pugnaban por salir condensados en goterones por mis ojos, pese a mi inútil resistencia, cuando he visto marchar gallardamente, mal trajeados, incluso en ojotitas, a muchos niñitos de la sierra alto andina, en honor a la Patria y a nuestros héroes de batallas perdidas, al compás de un huaynito cusqueño ya alambicado en una marcha militar. No sé si trataba de una cursilería mía o de un simple y puro sentimiento patriótico.
Recuerdo que años atrás un Ministro de Educación intentó erradicar, no sé si para bien o para mal, este tipo de “expresiones patrióticas” para reemplazarlas por pasacalles folclóricas. La iniciativa fracasó, julio seguirá siendo el mes de los acordes marciales en Lima como en la lejana Pampacorral, ese puntito de la sierra profunda que ni aparece en los mapas oficiales.
José Ingenieros, el médico italiano nacionalizado  argentino, al diseccionar la sociedad de su tiempo en su clásico El Hombre Mediocre (1913), autopsia social que no ha perdido vigencia, encumbraba, como los virtuosos sociales a seguir, al héroe, al genio y al santo. Definía al héroe como aquella persona que vive o muere por un ideal fecundo para el común engrandecimiento. Esta definición ha quedado corta hoy en día.
Tal vez la intención de aquel Ministro haya sido que se destierre aquella falsa creencia de que únicamente los militares pueden ser héroes. Tal vez. O tal vez porque nuestras experiencias bélicas nos llevaron al carajo a partir de nuestra era republicana y que, como dice Herbert Morote en su libro Réquiem por Perú mi Patria, “estamos llenos de monumentos a militares que perdieron guerras y no de civiles que intentaron mejorar el bienestar de la nación”. Bueno lo cierto es que no solamente las guerras nos deparan héroes y cabe preguntarse –una vez más con Morote- si “¿es más patriota el general que en su vida ha defendido al país de los fantasmas extranjeros que él mismo ha creado, o el vendedor ambulante que para ganarse un magro ingreso tiene que correr de un lado al otro todo el santo día? En todo caso serán igualmente acreedores a invocar un sentimiento patriótico, pero jamás el general tendrá más derecho para hacer lo que le salga de sus forros en nombre de la Patria que el vendedor ambulante”.(Réquiem por Perú Mi Patria, p. 58).
No es mi intención hacer escarnio del cuerpo militar, no por supuesto que no, y menos en esta fecha, convengo que si hemos perdido batallas o guerras no ha sido por falta de valor de nuestros soldados, sino debido a la mediocridad y falta de honradez de los jefes y gobernantes, si no recordemos la vergonzosa huida de Prado, Presidente del Perú, en plena guerra con Chile.
Pues bien, no solo las guerras militares pueden generar héroes,  el día a día tiene sus héroes, ya Víctor Hugo recitaba: “se hacen muchas acciones en las grandes luchas, hay muchas intrepideces obstinadas e ignoradas que se defienden palmo a palmo en la sombra contra la invasión fatal de las necesidades. Noble y misterio triunfo que ninguna mirada ve, que ninguna fama paga, que ninguna fanfarria saluda. La vida, la desgracia, la soledad, el abandono, la pobreza son campos de batalla que tienen sus héroes; héroes oscuros algunas veces más grandes que los ilustres”.
Esos chiquillos calapatas que tienen que enfrentarse a todas las adversidades antes detalladas, y en estos meses al inclemente frio de las altas punas, que marchan gallardos y risueños con los rostros quemados, son los héroes a quienes tributo mi saludo en esta fecha.



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La imagen ha sido tomada de acá.

miércoles, 22 de marzo de 2017

DE ZURRARSE Y OTRAS EXPRESIONES.

Segundo Florencio Jara Peña.




            ¿Se han preguntado qué quiso decir la conductora de noticias por televisión Magaly Medina cuando, en vivo y en directo y a nivel nacional, dijo que se zurraba en lo que había pasado en Uruguay o en los mundiales de Fútbol, mandando al carajo así la verborrea informativa de su joven compañero?
            Muchas veces utilizamos palabras desconociendo su real significado, simplemente porque creemos que suena bonito o porque el sonido se relaciona con lo que queremos decir (bueno, la representación gráfica de lo que significa cada palabra es un proceso mental que se produce a una velocidad pasmosa en la cabeza del que habla o escribe y no pocas veces coincide con la representación que se hace el destinatario del mensaje). Esto pasa en todos los ámbitos, desde una conversación coloquial hasta la redacción de documentos judiciales, pasando por la difusión de noticias (en la web, escrita, radial o televisiva).
            El español es un idioma muy rico y amplio en matices, sería imposible exigir, a ciudadanos comunes y corrientes como nosotros, el dominio y conocimiento de todas sus reglas, pero hay algunas que no se pueden pasar por alto, sobretodo en determinados ámbitos como la prensa (en que se generan corrientes de opinión), las publicaciones literarias, científicas o jurídicas.
En fin ese es otro tema. Volviendo a lo nuestro, sucede que muchas expresiones o palabras, debido a su constante uso en un determinado contexto, significan lo que el escribidor o hablante se representa y es representado por quienes los leen o los oyen. Creo que esto puede aplicarse a nuestra palabreja: zurrar. En el Google, esa especie de Abraxas moderno, podemos encontrar numerosas páginas, incluso del DRAE, donde se definen esta palabra. Martha Hildebrandt dice “que en el Diccionario de la RealAcademia Española figuran, como usos generales, dos verbos homónimos antiguos:el transitivo zurrar, cuya acepción principal es ‘azotar como castigo’, y elpronominal zurrarse, equivalente de cagarse con el matiz de accidente o con elde temor. En líneas generales, zurrarse y cagarse son términos que pertenecenal ámbito del lenguaje familiar, popular o vulgar. Por eso llama la atenciónque en el Perú zurrarse aparezca en la portada de algún diario importante oengalane la prosa de un culto editorialista”. Entonces en Perú zurrarse significa, en una de sus acepciones, cagarse involuntariamente, accidentalmente o por temor. Ahora bien, cuando la Medina utilizó esta expresión lo hizo seguramente en la segunda acepción, pero no creo que haya querido significar que se cagaba accidentalmente o de miedo, sino que la representación mental que se hizo fue la de expeler, intencionalmente por cierto, todas sus excrecencias en los mundiales y otros eventos deportivos organizados en épocas de crisis económicas. Dicho en otros términos se cagaba en los comentarios de su compañerito de programa. Creo que los televidentes, si no son todos al menos la mayoría, entendieron lo mismo que la periodista se representó. Ese es el significado que le damos, ahora, a la palabra de marras, aún cuando en los diccionarios oficiales signifiquen otras cosas, pues parece que zurrarse suena a eso otro precisamente.  
                  Otra palabra que ha mordido mi curiosidad es convicto. Pero no sé si por las mismas razones anteriores, lo cierto es que me he tropezado, en documentos judiciales, siendo utilizada como sinónimo de confeso. Por ejemplo es un error afirmar que “el procesado se ha declarado convicto y confeso del homicidio”. El convicto es el sentenciado. Se denomina así a quién se ha probado, en un proceso penal, ser el responsable de un delito, aunque no lo haya confesado. Está estrechamente vinculada con convicción, término en torno al cual gira la valoración de las pruebas. El convicto puede ser confeso, pero el confeso no necesariamente puede ser convicto, sobre todo en nuestro sistema procesal penal en que no tiene cabida el aforismo “a confesión de parte relevo de prueba”, pues tanto el artículo 135 del Código de Procedimientos Penales, como el artículo 160 del Código Procesal Penal exigen, para que la confesión tenga eficacia, que se corrobore con otro u otros medios probatorios. Tal vez la confusión obedezca a que convicto suena a confeso.
            Tengo en mente muchísimas curiosidades similares más, pero caigo en la cuenta de que esta crónica está resultando contraproducentemente más extensa de lo previsto. Creo que puede tener cabida una última. En una audiencia en que se discutía una muerte no intencional, uno de los abogados, cuando aludía al accidente, afirmaba que el latrocinio que causó la muerte del padre de su cliente era responsabilidad de su contraparte. Utilizó esta frase, latrocinio, en diecisiete ocasiones. Sumido en el desconcierto revisé y volví a revisar el expediente, de adelante para atrás y de atrás para adelante, y no hallé ningún indicio de que el caso comprendiera un hurto, robo, timo, fraude, dolo, pillaje, rapiña, saqueo, estafa, desfalco, arrebato, saco, pillaje, presa, despojo, que son sinónimos de latrocinio. Probablemente el abogado que, de buena fe, utilizó esta frase lo hizo en la creencia que sonaba bonito o sonaba, en su representación mental, a siniestro, que sí es un término aplicable a un accidente o daño indemnizable.   

            Ica, marzo 22 del año 2017.  

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La imagen ha sido tomada de acá.

viernes, 3 de marzo de 2017

Nostalgia por los libros de antes.


Segundo Florencio Jara Peña.

Para Analina Sánchez Moreno, una de las personas que todavía lee como antes, respetando las reglas de tránsito.




Con ocasión de un evento académico, en el que nos habíamos dado cita una generación que en promedio rayábamos la cincuentena, comentábamos la profusión de vasta bibliografía jurídica que se publica e impera en la actualidad. Alguien calificó esta efervescencia intelectual, coprolalicamente, como una diarrea intelectual. Hay una pugna entre las editoriales y revistas especializadas de publicar todo cuanto llegue a las mesas de impresión. Ahora hay mucho más acceso a la información que antes. Eso es bueno. ¿Eso es bueno? Tengo el malsano defecto de estar observándolo todo, mi curiosidad es pantagruélica. Precisamente mi curiosidad me hizo caer en la cuenta que, hoy en día, casi todos nosotros los abogados estamos suscritos a alguna revista especializada (Diálogo con la Jurisprudencia, Actualidad Penal, Gaceta Penal, Etc.) y cada cual, la una más que la otra, ofrecen de regalo una variedad de libros de las diversas especialidades jurídicas, de manera que los estantes de los jueces, secretarios, asistentes, fiscales y toda la gama ocupacional de la función del abogado, se hallan atiborrados de libros y revistas de esta laya ¡Muchos de ellos intonsos y embolsados! (lo de intonso tuve que comprobarlo desembolsando uno de estos libros por supuesto). Esto significa que ahora accedemos a más libros que antes, pero no tenemos tiempo de leerlos. No tenemos tiempo o simplemente están escritos de una forma que su lectura se hace tediosa e inextricable y no nos damos la molestia de hojearlos. En estas circunstancias la nostalgia por los libros de nuestras épocas universitarias se hace muy fuerte. Yo por ejemplo me formé con poquísimos libros de forros pringosos y hojas subrayadas de tanto uso. La Ley y el delito de Jiménez de Asúa, aquél clásico de forro de color plomo de la Editorial Sudamericana; la Teoría General del Proceso de Devis Echandía; los manuales del argentino Soler; los peruanos Domingo García Rada, Peña Cabrera (papá), Roy Freyre, Luis Bramont Arias, las primeras publicaciones de Hurtado Pozo y así por el estilo. Es difícil imaginar ejemplares de estos libros empolvándose en bolsas herméticamente selladas, como se observa ahora. Leerlos no era complicado, no exagero si digo que muchas de estas lecturas eran placenteras (hasta ahora leo con fruición el librito –con cariño- de Jiménez de Asúa), se dejaban entender, algo que es difícil hallar en las publicaciones de hoy en día.
Voy a transcribir un fragmento tomado de un libro de uno de estos prolíficos autores modernos, una especie del Stephen King del derecho peruano, obviamente no vamos a citar su nombre. Veamos: “Según el haz de derechos y garantías que se consagran en el texto ius-fundamental, todo ciudadano tiene el derecho de acudir al órgano funcionarial (judicial o administrativo), a fin de peticionar una determinada solicitud; la Ley Fundamental y la legalidad vigente, reconocen una serie de derechos subjetivos a los comunitarios, cuya cristalización y materialización requiere del amparo judicial o administrativo respectivo. A tal efecto, el ciudadano ha de encaminar su pretensión (solicitud), encauzando su petición en la vía procedimental competente; esto es, la concreción de un derecho, necesita –en no pocas ocasiones-, de la expedición de una decisión (resolución) –jurisdiccional o administrativa-, destinada a crear, extinguir o modificar un derecho”. Créanme, no es broma, este párrafo insufrible lo he transcrito de un best seller jurídico. En primer lugar no entendí ni miércoles lo que quiso decir. Si así de abstrusos son todos nuestros documentos jurídicos y judiciales, Dios nos pille confesados. En segundo lugar no hay que ser un genio para darnos cuenta que este señor ha hecho papilla las reglas más básicas de la ortografía y la gramática. En tercer lugar es una huachafería utilizar la palabra haz en el contexto del párrafo transcrito, tal como lo sería utilizar el término plexo. Voy a ahogar el tintero y no voy a ensayar ninguna hipótesis acerca de este desmadre ortográfico, no soy émulo de Martha Hildebrant, tampoco un corrector de textos o estilos, que tanta falta le hacen a los libros de nuestros juristas modernos.
Me pregunto cuál habrá sido la intención del colega aquél que calificó la sobreabundancia editorial como una diarrea intelectual. ¿La profusión de los libros publicados o la mediocre calidad de su sintaxis?
Ica, 01 de marzo del 2017.

CRÉDITOS.
La imagen ha sido tomada de acá.


     

viernes, 20 de abril de 2012

Dormir como locos.


En estos últimos cinco años el mundo ha cambiado muchísimo mas que en los cien años anteriores nos informan asombrados los antropólogos, el mundo esta dando paso al homo videns, el homo sapiens ya es historia. 
Es cierto, pero lo que si no ha cambiado, sobretodo en la gente joven, es el placer indecible por dormir. Ayer como ahora el gusto por dormir en esta etapa de la vida del hombre no ha cambiado. Es una cosa de locos.
A propósito de este tema, revisando algunos archivos hallé el relato que lo reproduzco a continuación. Me he tomado la libertad de interpolar algunas correcciones en ciertas frases que creí no convenientes para ser publicadas en este blog.

Para Tony.


LOCURA DE SUEÑO.
Por Cecilio.

Era la tercera vez que tocaban la puerta. Esta vez mas insistentemente que las anteriores. A los golpes de la puerta se acompañaban gritos obcecados, admonitorios, de amenazas, Puta madre, ya empezaron a joder, siempre ha sido así carajo: Jaime a desayunar, Jaime al colegio, Jaime a levantarse, Jaime tus pastillas. O no, tal vez no siempre haya sido así, bueno que importa desde cuando, pero lo cierto era que nada había mas cálido y placentero que su cama, que le costaba un esfuerzo descomunal levantarse en las mañanas. Cuando era niño no tenía este problema, pero se trataba de un problema acaso, claro que no, excepto para la gente que le rodeaba. Esta sensación se le manifestó, o sería mejor decir la descubrió, cuando cursaba el quinto año de la secundaria y sus padres tuvieron que ausentarse de la ciudad dejándolo solo en una habitación, Tienes que hacerte responsable hijo, por esa razón relacionaba la libertad con el dormir, a mayor libertad mas horas para dormir, Nadie es mas libre que aquél que puede dormir las horas que le de la gana, huevones, pregonaba entre sus amigos. Las explicaciones y justificaciones para este raro placer se le habían ido presentando de a pocos, como un velo que se discurre lentamente para mostrar al público la obra final de arte. El primer día de clases, el primero también que se vio solo, despertó a las siete de la mañana, extrañó muy fugazmente la voz de su madre apurándole a dejar la cama, pero luego cayó en la cuenta de que no había nadie en el cuarto y podía hacer lo que quiera, hasta darse la libertad de quedarse en la cama, si así se le antojaba, pero no lo hizo, tenía que ser responsable como se lo había recomendado su padre, se puso de pie y entró a la ducha, como lo haría casi todo aquel año, hasta que una mañana No me dio la puta gana de levantarme simplemente, encendió la radio y mientras entre melodía y melodía el locutor daba la hora y no llegaban las ocho de la mañana, conservaba todavía una pizca del sentido de responsabilidad que lo impelía a levantarse y anidaba unos sentimientos encontrados de culpa y esperanza de llegar a tiempo al colegio, pero cuando dieron las ocho y las manecillas del reloj continuaron con su caminata inflexible se sintió libre de toda culpa: era lógico, no le quedaba más alternativa que continuar durmiendo, pues ya era imposible que llegara al colegio, mañana quizás, ese día su vida había cambiado para siempre. Esa primera vez durmió como un angelito hasta el medio día que se levantó por la urgencia de las tripas, urgencia que con el tiempo llegaría a controlar perfectamente por tres días consecutivos. Esta rutina se repitió por espacio de un mes, que si no sería por la visita de su madre, cuando no, ellas siempre tan oportunas, hubiera continuado así lo que restaba del año. Tuvo que adaptarse nuevamente a la rutina del colegio del que estaban a punto de expulsarlo, pero al final logró aprobar el año. Esta experiencia le demostró que si quería libertad, lo que implicaba dormir hasta la hora que le de la gana, debía adaptarse al sistema y complacer a sus padres: ingresó a la universidad, pero se las arregló para que siempre estuviera lejos de ellos, en otra ciudad, ahora que había probado el sabor embriagante de la libertad no estaba dispuesto a renunciarla fácilmente. La universidad no solo significaba libertad de espíritu, como se afirmaba en los sosos discursos académicos, sino muchísimo mas, tanto que el término este quedaba muy corto para describirlo. En primer lugar se rompía con la dependencia y control paternos, salvo el económico claro, por fin uno podía hacer lo que realmente le venga en gana, inclusive no asistir un solo día de clases. Aquel primer año se la pasó literalmente durmiendo y leyendo, pero no los textos universitarios, sino otros libros, No leas huevadas Jaimito, no pierdas el tiempo y dedícate a estudiar, le aconsejaban amigos aplicados (*). Por esas épocas ya había acuñado una explicación metafísica para su costumbre de no levantarse de la cama sino luego del medio día en el mejor de los casos, Mira brother, me cuesta pescar el sueño durante la noche y cuando lo hago, me adapto a mi cama, no solo físicamente, cóncavo y convexo computas, también espiritualmente, entonces a cualquiera le jode que después de haberse desconectado de este mundo, bruscamente de buenas a primeras pretendan despertarlo, es como los recién nacidos, o es que te has tragado el cuento de los matasanos que los bebes lloran para llenar sus pulmoncitos de aire, son patrañas, nada de eso, ese llanto es por dolor, dolor de tener que adaptarse a este mundo hostil y frío luego de nueve meses de flotar en un líquido tibio sin pensar en nada, algo similar me pasa, luego de dormir placenteramente me cuesta adaptarme nuevamente a la puta realidad. Un día se había desconectado de la puta realidad por cinco días, levantándose tan solo para hacer sus necesidades y beber agua, nada mas, todo un récord, Si sería estreñido y mis mojones fueran tan secos como los de los perros que no me mancharían el culo, estoy seguro que cagaría a un costado de la cama para seguir durmiendo, oyeron desconcertados como explicación los amigos que lograron entrar a su cuarto derribando la puerta para despertarlo de aquel letargo de casi una semana, quienes sin embargo cuidaron que la incursión fuera en horas de la tarde respetando aquel malhadado hábito. Cuando ligaba con alguna mujer, nada raro si tomamos en cuenta su buena apariencia física en aquella ciudad en la que convergían gente de todo el planeta con una vida nocturna muy agitada, tenía el cuidado de explicarles que luego de acostarse con él (*) al día siguiente se fueran sin necesidad de despedirse, No te preocupes preciosa, si despiertas antes que yo, anda vete nomás, por favor no intentes despertarme, nada me emputaría mas mamacita, seguro que nos volveremos a encontrar algún otro día, el mundo es un pañuelo mi amor. Casi todas respetaban esta onírica voluntad, sobretodo las noctámbulas a las que se llevaba a la cama y que despertaban junto con él, ya entrada la tarde, aunque no por idénticas razones metafísicas, sino simplemente porque la resaca de la borrachera anterior y los desenfrenos del bajo vientre (*) las dejaban tan extenuadas que requerían algo de tiempo para recuperarse durmiendo mas horas de lo ordinario. Hubo una con la que cultivo una relación por espacio de cuatro meses, si a eso podría llamársele relación, pues mas que relación era una simbiosis: ella necesitaba donde comer y pasar algunas noches sin que nadie le pida explicaciones y él satisfacer sus necesidades sexuales (*) de cuando en vez, Es una relación de la puta madre, de la mas absoluta libertad, huevón, imagínate si en este momento ni siquiera sé dónde pueda estar, tal vez se aparezca en la noche cuando este durmiendo, quizás la encuentre teniendo sexo (*) con un pata en el baño de cualquier discoteca y eso no me importa huevón, con tal de que luego de acostarse conmigo (*) en la mañana se vista y se largue sin importunar mi sueño, Oye brother estas mas loco que una cabra. Una desabrida gringa que se levantó una de esas noches tampoco importunó para nada su sueño, ni siquiera cuando le vació el cuarto en una camioneta de mudanza en complicidad con su brichero nativo. Cuando su madre se enteró lo del robo fue como deshilar un ovillo hasta llegar al final: supo que su hijito se la pasaba de lo lindo bebiendo, fornicando y durmiendo todo este tiempo cuando ella bien creída que un futuro presidente de la suprema se estaba cocinando en la universidad, inmediatamente, como la madre abnegada que era, consultó con los especialistas quienes recomendaron, El chico estaba mal de la cabeza señora, tiene un desajuste en el comportamiento, ninguna persona normal puede ansiar dormir tanto como él. Lo mandaron consultar con los Psiquiatras, Es Misantropía lo que tiene, dijeron unos, No, se trata de Narcolepsia, recetaron otros, Pero, respondió alguien, la Narcolepsia se presenta en la treintena y el es tan joven que no puede ser esto, Tampoco es una Apnea del Sueño, pues según los síntomas Jaimito no presenta dificultades en la respiración y por el contrario duerme como un lirón, nunca mejor dicho ya que este animalito de la península ibérica tiene hábitos nocturnos e hiberna sin probar bocado alguno largas temporadas que pueden abarcar fácilmente los seis meses, se permitió esta digresión el último especialista que lo vio, pero sin atinar con el tratamiento, Carajo, pensaba Jaime, estos cojudos nunca aciertan con nada, peor los loqueros que son las personas que mas traumas psiquiátricos tienen sino pues no optarían por esta especialidad, no pueden aceptar que lo mío es algo tan natural como lo que les pasa a los zurdos, ahora a nadie le importa que su hijo sea zurdo o diestro, pero antes, pobrecitos los niños zurdos, a fuerza de golpes los obligaban a escribir con la derecha, les ataban la mano izquierda para que se acostumbraran a utilizar la inútil extremidad derecha, Que tiene que ver esto con lo otro, nada, es una locura de sueño que el sueño no lo cura, por el contrario lo degrada aún más, sentenció un médico que prescribió su internamiento inmediato en un sanatorio mental, que su madre, amorosa y abnegada como era, cumplió en una santiamén ignorando la desautorización de su padre, A ver si de pasito se te cura la dipsomanía también mijito, ahora a descansar, pero eso si no ya le eches el seguro a la puerta de tu cuarto papito. Abre la puerta loco de mierda, se oyó por cuarta vez, Ábrela de una vez antes de que la tumbe carajo, así es siempre todos los días en este manicomio de mierda. Pero mientras tanto, mientras el gruñón portero del sanatorio mental se demora en echar abajo la puerta, Jaime se da tiempo para arrebujarse entre las tibias mantas y pegarse una última siestecita, como si con él no fuera la cosa.

Abancay, diciembre del año 2006.

(*) Texto incorporado al original.
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La imagen ha sido tomada de acá:

martes, 15 de noviembre de 2011

Bromeando con la filosofía.




Hallé una crónica -cuya lectura, no obstante el paso del tiempo, aún me divierte- en la que se detalla una tomadura de pelo a un personaje serio y formalon. Se los transcribo integramente y esperando que igualmente les divierta.



La Oración, el último recurso de un bribón.
S. Florencio Jara Peña.

Tengo un amigo, amante de la filosofía, quién no obstante sus fatigosas ocupaciones laborales, en los resquicios de tiempo que le deja el trabajo y su familia, esta tratando de comprender la esencia trascendental de las cosas. El no es agnóstico, mucho menos un ateo, creo que por el contrario tiene una sólida vocación religiosa, de la mas rancia tradición judeo cristiana (o al menos eso es lo que uno infiere cuando le oye discursar sobre religión). A pesar de su acartonada formalidad, céltica, clerical es una persona que todavía conserva el sentido del humor, pero creo que no ha leído o no ha oído hablar de aquel poema atribuido a Jorge Luís Borges en el umbral de su muerte, porque no le gusta cometer errores o caminar descalzo en la hierba, y que nos cae como anillo al dedo cuando estamos remontando la colina de la vida y vemos nuestra vida en retrospectiva: Instantes.
En una ocasión, conociendo su afán por escarbar las cosas, en medio de una de nuestras acostumbradas conversaciones, de improvisto le solté esta frase: “la oración, el último recurso de un bribón”. Al instante lo anotó en una pequeña agenda de pringoso forro imitación cuero que todavía luchaba por conservar el color negro de sus orígenes, cuyas páginas estaban atiborradas de escritos y anotes interpolados que solo él podía entender. Seguidamente se puso a reflexionar sobre la frase que él consideraba “profunda”, filosófica (pues todavía ignoraba si se trataba de un adagio, refrán, sentencia o proverbio), de manera que el tema, según su entender, merecía una conversación matizada con cafés. Durante las tres o cuatro tazas de cafés que despachamos aquella tarde, a partir de las palabrejas que mordió su curiosidad aprendí bastante sobre temas muy variados. Vaya con el tipo, rebosaba conocimientos por todos sus poros, en primer lugar me explicó que Sentencia, no en el lenguaje abogadil, es todo dicho breve que lleva en sí un buen pensamiento, ora en materia moral, ora en materia religiosa, filosófica o política, por ejemplo, me dijo, “el perdón es la mejor venganza”, esa es una sentencia; en cambio un Proverbio es un dicho breve y agudo, pero necesariamente moral: “quién comienza en juventud a bien obrar, señal es de no errar en senectud”; el Adagio por su parte es un dicho que encierra un pensamiento filosófico, pero expresado de un modo vulgar, con malicia, con chiste picaresco, sin tener la sabiduría de la experiencia: “casar y compadrar cada cual con su igual”; y pues el Refrán consiste en un dicho ingenioso, truhanesco, picante pero que ha de encerrar necesariamente una alegoría, es metafórico: “no se que te diga Antón, el hocico traes untado, y a mi me falta un lechón”.
Entonces concluyó que “mi” frase era una sentencia y probablemente de origen Tomista, no descartaba haberlo leído alguna vez revisando incunables en un viejo seminario del norte.
¿Sabes que es orar? Me preguntó. Y sin esperar alguna respuesta mía repuso: Orar es ... Hablar con Dios, y ... para hablar con Dios es necesario que creas que Él es y que está para galardonar a los que le buscan. En otras palabras ... Tienes que tener Fe en el Dios de amor. Nuestra Fe es probada cuando hablamos con Dios, porque, estamos dirigiéndonos a alguien a quien nuestros ojos físicos no ven. Locura ... para el incrédulo, pero, para el creyente, es una necesidad y un deleite. Tú no ves al viento con tus ojos, pero sabes que existe porque lo sientes, ¿verdad? Lo mismo es con Dios, no lo vemos, pero, porque creemos en Él, lo sentimos. Y así continuó con su perorata histórico-filosófico-casuístico.
En efecto tenía sentido lo que decía y a medida en que citaba casos de personas notorias o formalmente ateas, a quienes luego se les veía, sin ningún pudor, compungidos, místicos orando en eventos religiosos públicos, caí en la cuenta de que yo también había sido testigo de muchas de estas “conversiones”, es decir de personas que aparentemente la religión y sus misterios les tenia sin cuidado, verdaderos bribones, pero cuando de pronto se les presentaba un problema en el diario vivir, primero, como es obvio a su filosofía de vida, por decirlo de algún modo si es que estas personas tienen filosofía de vida, agotaban todas las posibilidades terrenales para solucionarlo, sin embargo cuando el circulo se iba cerrando y las repuestas materiales no llegaban, recurrían al último recurso: la oración.
¿Sabías que respecto de nuestro más insigne Ateo de la historia se corre el rumor de que en su lecho de muerte volteo el rostro hacia Dios y oró antes de alzar vuelo hacia el mas allá? Con esa pregunta me saco de mis reflexiones. Así es, continúo, aunque nunca confirmado claro, porque estas cosas se hacen sin testigos. Carlitos Marx, el mismo que afirmaba que la religión es una forma de alienación porque es una invención humana que consuela al hombre de los sufrimientos en este mundo, disminuye la capacidad revolucionaria para transformar la auténtica causa del sufrimiento y legitima dicha opresión; el consideraba que la experiencia religiosa no es una experiencia de algo realmente existente. Su punto de vista era claramente ateo: no existe Dios tampoco el alma, así de sencillo. Pero este gandul cuando esperaba a la pelada también recurrió al último recurso: oró encomendándose al Dios que había negado materialismo-cientifico-históricamente. Cuando nos despedimos olvidé citarle la fuente de la frase profundamente filosófica que nos había mantenido reflexionando mas de tres horas, claro más a él que a mí.
Al llegar a casa mis hijas estaban frente al televisor, mirando absortas una serie de dibujos animados, me despoje del traje y me senté junto a ellas. Allí estaba la familia norte americana de piel amarilla y ojos saltones que tanto nos divertía: Los Simpsons. Era un capitulo repetido: el díscolo y ateo Bart como siempre se había metido en problemas y había logrado ir sorteando las consecuencias, hasta que ya no cabía mas giro en la tuerca, excepto ponerse de hinojos al costado de la cama, entrelazar los dedos, poner el rostro lo mas beatíficamente posible y orar. En esos místicos momentos es sorprendido por la culta e inteligente Lisa quién cáusticamente le dice: aja, la oración, el último recurso de un bribón.
Esa noche antes de pescar el sueño todavía meditaba si sería atinado revelar a mi amigo la verdadera fuente de donde había obtenido la frase en cuestión o tal vez sería una falta de respeto a su seriedad científica por provenir de una serie de dibujos animados.

Ah, el pequeño granuja obtuvo el milagro que pidió al orar.

Abancay, octubre del año 2006.


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