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miércoles, 3 de agosto de 2011

Literatura y Justicia.

Las ficciones literarias son muy ricas en el tema de la Justicia, obviamente también de la injusticia; desde el gran libro que es la Biblia, pasando por el inmortal Quijote, hasta, se me ocurre de pronto un último libro que leí hace poco y que podría ser cualquier otro, El caso Arbogast del alemán Thomas Hettche . Los temas recurrentes son los conflictos judiciales.
Algo de esto precisamente trata el artículo que reproduzco literalmente a continuación.


LA JUSTICIA EN LA LITERATURA.
(Solo para lectores).
S. Florencio Jara Peña.

Démosle rienda suelta a la fantasía e imaginemos por un momento, solo en ficción claro, que el gobierno dicte una Ley, por esas cuestiones de la vida que la razón no sabe explicar, sobre todo en el Perú en que se promulgan y derogan leyes con una facilidad pasmosa, en la cual se reduzca a la mitad la pena de todos los sentenciados que purgan prisión en las cárceles del país sin ninguna excepción, de modo que por ejemplo el asesino que estaba condenado a 30 años de prisión tenga que cumplir únicamente 15 años de pena de privación de libertad efectiva, el violador condenado a 25 años ve reducida su sanción a 12 años y medio, y así en cada uno de los casos se tendría que recurrir a una simple operación aritmética para cumplir el mandato legal. Sin embargo esto que aparentemente era muy sencillo de ejecutar, genera sus primeras dificultades cuando los sentenciados a cadena perpetua, entre ellos Abimael Guzmán, solicitan que se aplique la Ley en cuestión, es decir que la cadena perpetua se reduzca en una mitad. A quién se le va a ocurrir que la pena de cadena perpetua pueda tener una mitad. Pero en aplicación del “derecho a la igualdad y la no discriminación”, sigamos fantaseando entonces, existe el deber de atender también estas solicitudes, so pena de que una vez más la comunidad internacional nos considere parias por desacatar derechos humanos internacionalmente reconocidos. No hay un precedente nacional ni internacional de una solicitud tan original como esta, salvo únicamente en los anales literarios: Julio Cesar de Mello e Souza (1895-1974), un escritor brasileño había escrito un libro “El Hombre que Calculaba” con el seudónimo de Malba Tahan. El protagonista era un extraordinario calculista de nombre Beremis Samir, quién en el Capítulo XXII de la novela resolvió un caso similar al que nos plantea nuestra imaginación. La solución ingeniosa no es tan corta como para consignarse en este comentario, pero resta decir que se trata de “una cuestión de pura matemática y de interpretación de la ley al mismo tiempo” (sic), de modo que la mitad de la cadena perpetua, conclusión que al final llega Beremis Samir, es la Libertad Condicional bajo vigilancia de la Ley, que es la única manera de tener detenido y libre a la vez a un hombre (esperemos que de este modo, omitir el proceso de razonamiento, la curiosidad les pique a todos los lectores y puedan leer esta novela). Haciendo a un lado estas digresiones y siguiendo el hilo de nuestra ficción, gracias a la lógica del calculista todos los presos condenados a cadena perpetua, incluso Guzmán, saldrían en libertad mucho antes que los demas. Pero, esto no pertenece a la realidad es imaginación, solo pura ficción.

Así como la historia anterior, la literatura es pródiga en casos en que los protagonistas han sido muy acertados en sus decisiones frente a los conflictos sociales que conocían. Desde Salomon y su famoso caso de las dos mujeres que se disputaban a un recién nacido (literatura religiosa, a despecho de que los hechos realmente hayan ocurrido), tanto que es proverbial hacer uso de la expresión “salomónico” para hacer referencia a una componenda justa, hasta El Mercader de Venecia, drama Shakespeariano en el cual se recrea el fallo justo de Porcia (disfrazada de un sabio jurista) frente a la extravagante pretensión del usurero Shylock de obtener una libra de carne de su deudor Antonio, el mercader de Venecia, al no haber honrado la deuda en el tiempo convenido, despreciando incluso la oferta de recibir tres veces mas de lo prestado: “(...) Un momento no más, exclama a continuación el sabio jurista, el contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Tome la carne que es lo que le pertenece; pero, si derramas una gota de sangre, tus bienes serán confiscados conforme a la ley de Venecia (...)”, declaración que hizo desistir de la cruel exigencia contractual.

Hay una historia más que puede citarse en este espacio: la de Sancho Panza cuando fue designado Gobernador de la Insula Barataria.

En el Capítulo LXV de la célebre novela Don Quijote de la Mancha (no por célebre de fácil lectura) del no menos ilustre Miguel de Cervantes Saavedra, se hace Gobernador de la ínsula Barataria al fiel escudero Sancho Panza. No bien iniciada sus funciones se le presentaron algunos conflictos que resolver. Uno de ellos era el de una mujer que presuntamente había sido ultrajada sexualmente, robándosele su castidad que venía custodiándolo, según refiere, con dientes y uñas de moros y cristianos por 23 años, por un hombre a quién a viva fuerza había conducido frente al buen Sancho. El acusado negaba la imputación, como suele ocurrir en estos casos. Afirmaba éste que tenía por oficio la ganadería, la que le dejaba alguna renta, y efectivamente reconocía que habían yacido ambos, por voluntad propia de la moza a quién recompensó lo suficiente. Oídas las versiones nuestro Sancho ordenó que el hombre entregara todo el dinero que traía consigo, veinte ducados, a la mujer. Ésta deshaciéndose en zalamerías agradece al gobernador por su sapiencia, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, retirándose feliz con el dinero. Seguidamente Sancho ordena al varón, quién ya tenía los ojos húmedos por el llanto, que salga tras ella y a como de lugar, incluso haciendo uso de la fuerza si fuera necesario, recupere la bolsa del dinero y vuelva con ella. Al cabo de unos minutos el hombre y la mujer regresan nuevamente donde Sancho, esta vez mas asidos y unidos que la anterior, disputándose en un tira y afloja la bolsa del dinero. El hombre se quejaba de que no había fuerza humana que pudiera recuperar el dinero, al punto que estaba resignándose a perderlo, pues así lo demostraba la mujer que por su parte reclamaba al desvergüenza y osadía del hombre de desacatar el fallo del gobernador. El diálogo que sostiene Sancho antes de llegar a su decisión es también proverbial. Veámoslo cual textualmente lo ha expresado su autor:

“(...) —Y ¿háosla quitado? —preguntó el gobernador.

—¿Cómo quitar? —respondió la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

—Ella tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

—Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

—Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora! (...)”

En todos estos casos los protagonistas han sabido conciliar el cumplimiento de la ley con la lógica, el sentido común, la equidad y la benevolencia, virtudes que ya no se encuentran en las personas que de una u otra forma contribuimos al sistema de justicia actual (abogando, juzgando, dictaminando o académicamente), pues no somos sino aplicadores fríos del texto de las leyes.
Abancay, noviembre del año 2006.

CREDITOS:
La imagen ha sido tomada de acá:

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