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lunes, 21 de marzo de 2011

Acerca de algunas mentiras universales.


Seguro que muchos de nosotros hemos oido o leído acerca de las famosas mentiras universales. El artículo que reproduzco a continuación esta referido a una muy difundida en las zonas altoandinas: "kaychallapi", que traducido al español sería algo así como "acasito" o "aca nomás". En fin, la mentira es la mentira, sean estas mentiras blancas, piadosas, mentirijillas o de las mas ruines. La mentira siempre busca distorsionar la realidad, sea cual sea su propósito. En esta época de elecciones, en que las mentiras estan a la orden del día, causa enorme placer y diversión leer un artículo como este.

KAYCHALLAPI (ACASITO NOMAS).
Para la flaca, con mucho amor.

Después de oír el discurso de Vargas Llosa al recibir el Nobel de Literatura caí en la cuenta que algo de ello no era ficción. Vargas Llosa es un maestro para hacer obras maestras de la mentira, de la ficción, así que prejuzgué que su discurso, que en algunos pasajes le arrancó lágrimas, también era una ficción bien construida precisamente para recibir un premio por saber inventarlas, creo que me equivoqué. Dijo algo así como que cuanto más sentía al Perú era en otras latitudes. La mayoría de sus ficciones tienen como espacio y tiempo, por supuesto mentidas magistralmente, nuestro país: sea como barrio, sea como región, sea como fuere, pero en sus novelas se refleja el Perú.
Algo parecido me sucede. Por supuesto no quiero compararme con nuestro Nobel, pero siento lo mismo aunque a nivel micro. Me explico: ahora que estoy fuera de Apurímac las nostalgias y sentimientos hacia esa tierra son incontenibles, estoy empezando a querer más a este pequeño punto inhóspito de nuestro mapa. Los recuerdos se agolpan en mi mente incesantemente y pugnan por manifestarse de alguna manera.
Precisamente fui presa de uno de estos cuando perdí el rumbo en el monstruo de mil cabezas. Me había extraviado en Lima y no hallaba forma de volver a mi hospedaje. Lo más recomendable en estos casos, y en otros en que el peligro asecha, es no perder la cordura, de modo que para ubicarme entré en una pequeña tienda y mientras me llevaba el burbujeante vaso de gaseosa a los labios recordé que también uno puede perder el rumbo en la puna.
Si. Estuve perdido todo un día, y su noche entera, en la más desolada puna sin poder hallar el camino de retorno hacia el pueblo.
Cómo llegué allí tiene que ver con el título de este artículo.
No creo que solamente en el Perú seamos campeones para mentir (para aclarar a mis confundidos lectores, acá no me estoy refiriendo a la mentira como una veta para crear ficciones al estilo Vargas Llosa, sino como uno de esos malhadados defectos de la humanidad para torcer la verdad, sea cual fuere el propósito, pero casi siempre para justificar despropósitos personales o conseguir ventajas ruines).
Estoy seguro que han oído o leído acerca de las mentiras universales: “mañana te pago”, “sólo un parcito”, “estuve en el trabajo”, “ah, y no se olvide –esta agua-, no es mineral”, “cuando salga electo” y muchas otras más. La mentira, como defecto o vicio, la llevamos en los genes toda la humanidad, no es patrimonio de un determinado país o una determinada raza.
A estas habría que añadirle “kaychallapi” (es probable que esta palabra quechua esté mal escrita, a decir de los “lingüistas” quechuas, pero he tratado de construirla tal como suena oralmente haciendo uso de los fonemas castellanos, en todo caso significa “acasito nomás”).
Es imposible que alguien que haya estado por las zonas altas de Apurímac (y también por el Cusco) no haya oído jamás esta celebre palabrita.
Kaychallapi, papay. Es lo que acostumbran contestar los campesinos cuando suele seles preguntar por un determinado lugar. A diferencia de las otras mentiras que siempre buscan lograr una mal concebida viveza, criollada, pendejada, o como quiera llamársele, esta mentirijilla es producto de la creencia andina de que cualquier distancia puede ser cubierta pedestremente, o tal vez tras esa inocente palabra se esconde una pícara tomadura del pelo al presumido citadino para hacerlo padecer de cansancio y otras desventuras. Lo cierto es que jueces, ingenieros, médicos, enfermeros, maestros, policías han caminado horas y horas, han vadeado cerros y quebradas y cruzado numerosos ríos para llegar, ya muy entrada la noche, a su destino que, a decir del circunstante o casual campesino andino con el que se encontraban en el camino, estaba “kaychallapi, papay”.
Aquella vez fui en busca de una persona cuya vivienda estaba “kaychallapi, papituy, detrás de aquella lomadita nomás”. Había caminado medio mundo, escalado mil cerros por unos caminos apenas imperceptibles, pero no daba con la bendita casa. La noche con su manto oscuro empezaba a difuminar el paisaje agreste de la puna cuando una infernal lluvia se desató. Llovía, literalmente, a cántaros. En medio de la desolación, sin un lugar donde guarecerme, dando bastonazos de ciego para dar siquiera con el camino de retorno fui presa del pánico. Sin noción del tiempo ni del lugar caminé sin rumbo, como un loco, aquella noche, hasta que, empapado hasta los huesos, divisé, en lontananza unas luces que brillaban como pequeñas luciérnagas. Hacia allí me dirigí para llegar, al cabo de muchas horas, junto con el alba. ¡¡Había vuelto al pueblo de donde había partido en la víspera por el extremo opuesto!!

Luego de calmar mi sed dije para mi coleto que esta vez no me sucedería lo que en la puna. Claro que no, tomaría un Taxi e indicando la dirección al taxista llegaría a mi destino, así estuviera acasito nomás.

Ica, verano del 2011.
Florencio Jara Peña.

CREDITOS.
La fotografía ha sido tomada de acá: